Nacionalsocialismo: ¿un movimiento católico?

Está de moda entre los movimientos disidentes de Internet asumir que el nazismo o nacionalsocialismo alemán era una cosmovisión que rescataba la tradición y la religión católica. Esto, a la luz de la evidencia, es falso, por lo que llamarse católico y nacionalsocialista al mismo tiempo carece de toda coherencia.

Tal afirmación no implica que todos los alemanes fueran no católicos, sino que ser católico no era la regla en el Tercer Reich, pero que además, dicho régimen promovía lo contrario al catolicismo. Claro que, este fenómeno ocurre sin importar las particularidades que pudieran existir: no porque un X porcentaje de alemanes haya sido católico durante la Alemania Nazi significa que el gobierno comulgara con dicha fe.

Suelen circular fotos de soldados alemanes rezando, con cruces o en misa, y listo, pareciera que ya queda automáticamente demostrado que el nazismo era católico. De la misma manera, podríamos difundir fotos de algunos ministros de Xi Jinping con un rosario en el cuello y afirmar que China admite el catolicismo, cuando en realidad son casos excepcionales o minoritarios.

Por otro lado, muchos suelen citar las declaraciones en las que jerarcas nazis valoran al cristianismo como parte importante de la vida alemana, pero no se valora su calidad ni su veracidad. Lo primero tiene que ver con poner las palabras en contexto: ¿considera este jerarca nazi a la fe cristiana como única y verdadera o solo como instrumento descartable aglutinador de masas? Lo segundo requiere de contrastar las palabras con los hechos: ¿cumplió el Reich con sus promesas?, ¿actuó de manera cristiana?, ¿siguió los mandamientos de Dios?

La pésima relación entre la ideología nacionalsocialista y la doctrina cristiana puede ser una realidad muy difícil de digerir para muchos; incluso sacrilegio. No obstante, es necesario tragar esta píldora roja con mucha paciencia y apertura de mente para evitar caer en el fanatismo político, que tanto daño hace a la búsqueda de la verdad.

Quienes critican esta falsa simbiosis nazismo-cristianismo suelen ser víctimas de todo tipo de insultos: zurdo, progre, demócrata, liberal, etc. Pero, ¿y si uno también condena esas otras ideologías, qué les queda decir a los nazis? “Fanático religioso”. Suelen decir que no hay que ser ‘extremista’, que hay que ‘adaptarse’, como si la ley de Cristo admitiera hacerla añicos para fundar nuestras propias fantasías personales.

La encíclica Mit brennender Sorge es un elemento clave para desmentir que la cosmovisión hitleriana defendía la cristiandad como la conocemos: la tradición católica como guardiana del orden natural. Esta carta fue publicada durante el pontificado de Pío XI el 14 de marzo de 1937, dos años antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Su título se traduce como Con viva preocupación, y es una manifestación de lo interesada que estaba la Iglesia Católica en el destino de sus fieles en Alemania.  Vamos a analizar sus contenidos y a lanzar un veredicto al respecto.

Alemania y la Iglesia Católica

¡Pero si Gitler era católico, viejo! ¡Todos en misa! ¡Esta es la prueba irrefutable!

Primero que nada, debemos tomar en cuenta el contexto: Alemania era un país de mayoría protestante, comunión muy distinta a la católica e iniciada por el monje Martín Lutero casi 500 años atrás desde entonces. A fines del siglo XIX y pasando hacia el XX, la Iglesia Católica no llevaba una relación muy amigable con el gobierno alemán, sea este el del emperador Guillermo I o Guillermo II.

Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) surgió el nacionalsocialismo, una ideología que reclamaba ser el verdadero socialismo y aplicado a un ámbito nacional (en este caso, alemán), frente al socialismo internacional que propugnaba el comunismo o marxismo. A su vez, el nacionalsocialismo se enmarca en una serie de movimientos políticos en todo el mundo, que se consideran como parte de una Tercera Posición: ni con la derecha ni con la izquierda.

La Tercera Posición reivindica el nacionalismo y, por tanto, es hijo de la modernidad, ya que la idea de Estado-nación que defiende proviene de la Revolución Francesa, es decir, ideas ilustradas del siglo XVIII. Este nacionalismo involucra una unidad en torno a la idea de nación, y por ende, relega a la fe católica y a la tradición a un segundo plano, es decir, admite la concepción de un Estado laico.

La Iglesia Católica, desde su doctrina, no concibe la legitimidad de un Estado laico, puesto que la confesión estatal católica es necesaria para incrustar en un país las leyes divinas como legítimas y deseables. Esto ayuda a salvar las almas, que es lo que más importa para la fe católica, ya que la confesión católica ayuda a promover políticas en torno a las leyes naturales con fuerte sustento filosófico, teológico y jurídico.

La iglesia en Alemania

¡Viejo, viejo, viejo! ¡Mirá! ¡Confirmadísimo! Gitler católico.

En 1933, la Iglesia y el Reich alemán firmaron un concordato para dar garantías a la misión evangelizadora de la iglesia en dicho país. La de 1930 fue precisamente una década de tensiones entre el Reich alemán y la iglesia. Por ejemplo, a mediados de dicha década, el régimen nacionalsocialista acusó a los sacerdotes de abusos sexuales contra menores y enriquecimiento ilícito.

En noviembre de 1936, el cardenal Faulhaber y Adolf Hitler se reunieron para conversar: Hitler insistió en los peligros del comunismo y pedía al sacerdote una mejor conciliación con el régimen alemán. En enero del año siguiente, Faulhaber publicó una carta pastoral que motivaba la coordinación Iglesia-Estado contra el comunismo, haciendo énfasis en el respeto a los derechos de la Iglesia, tal como establecía el concordato de 1933.

¿Por qué el nacionalsocialismo no hacía caso al pedido de la Iglesia, si facilito es? Tan solo consistía en brindar apoyo al catolicismo en su misión evangelizadora. Bueno, pues resulta que así no funcionan las cosas: la mayoría de votantes de Hitler estaba compuesta por protestantes, y siendo este el grueso del apoyo al régimen, favorecer a los católicos por encima de los protestantes provocaría desconfianza en el mismo.

Esto, por supuesto, es producto mismo de la modernidad: escuchar ‘la voz del pueblo’ aun cuando esta no sea la mejor calificada para opinar, es herencia de la democracia liberal. Si bien el nacionalsocialismo estaba en contra del parlamentarismo democrático, admitía la necesidad de recurrir a las masas para sostener su poder: era populismo, pues.

La Iglesia Católica, por el contrario, no admite populismos: sabe que aunque el mundo entero niegue a Dios, este seguirá reinando por sobre todas las cosas. Así fue la situación de los primeros cristianos, que eran pocos, perseguidos y hostigados. Y sin embargo, su número creció con el pasar de los siglos, y esta supervivencia de la institución eclesiástica por encima de naciones efímeras es un claro signo de la superioridad del cristianismo por sobre toda ideología, incluyendo el nacionalsocialismo.

Veamos qué nos dice al respecto el biólogo marino experto en esoterismo, Nigel Pennick, en su libro Las ciencias secretas de Hitler:

Hitler flirteó con la iglesia sólo en beneficio de su poder. Aunque necesitaba el voto católico en el Reichstag para pasar el Acta de Capacitación que daba a los nazis un poder absoluto en Alemania, su objetivo último era la extirpación total del cristianismo. Sin embargo, por aquel tiempo las iglesias eran todavía una fuerza poderosa que había de ser manejada con sumo cuidado. Cínicamente, Hitler respetó públicamente las iglesias cristianas, celebrándolas como los elementos más importantes para la conservación de la nación. Como muchos revolucionarios, sabía que en su momento, un trabajo de zapa insidioso tendría mucho más éxito que un ataque frontal.

En fin, continuando con nuestro repaso del contexto, ya para la segunda semana de enero en 1937, los obispos alemanes denunciaron que el gobierno hitleriano violó 17 puntos del concordato. En consecuencia, autoridades clericales alemanas visitaron al cardenal Giovanni Pacelli, futuro papa Pío XII, para pedirle que tome medidas al respecto.

Luego de tremendas insistencias, Pacelli acudió al papa de aquel entonces, Pío XI, quien estaba muy enfermo, y le comentó la situación junto a la delegación alemana. El papa aceptó la propuesta avisándoles que iba a publicar una carta encíclica, y el cardenal Faulhaber escribió un primer borrador. Este fue luego ampliamente corregido por Pacelli; es decir, este futuro papa fue responsable de la versión final de la Mit brennender Sorge.

La carta encíclica ingresó a Alemania por contrabando y doce imprentas la copiaron en secreto. El 14 de marzo de 1937 se distribuyó vía correo, pero mediante emisarios jóvenes que recorrían bosques y praderas a pie o en bicicleta. La carta era también entregada a sacerdotes en el momento de la confesión y estos la guardaban en el sagrario.

Inmediatamente, el régimen percibió la encíclica como subversión y cerró las empresas que colaboraron con su impresión; también encarceló a sus empleados. Reinhard Heydrich, director del servicio secreto de la Gestapo, ordenó confiscar las copias del documento, mientras que Hanns Kerrl, ministro de Asuntos Eclesiásticos, envió una carta a los obispos alemanes en la que denunciaba que la encíclica contradecía el concordato y que atacaba a la nación.

¿De qué hablaba la encíclica?

¡Ahistá! ¡Gitler y el papa! ¿No es hermoso? ¡Nacionalsocialismo católico!

Mit brennender Sorge fue un mensaje de preocupación y asombro por la opresión y el dolor que sufría la Iglesia Católica en la Alemania Nazi, además de un aliento para los católicos perseguidos en dicho país. Aparentemente, su redacción lleva a deducir que ‘no condena abiertamente’ al régimen, debido a la actitud conciliadora del cardenal Pacelli, pero sí reivindica los derechos que le corresponden a la Iglesia tras el acuerdo firmado con el Reich en 1933, y que este incumplió en varias ocasiones.

El concordato

En su primera sección, la encíclica habla de que el concordato se preparó para evitar todo tipo de violencia contra los fieles católicos, debido a la situación de la época. Esto es una alerta roja para quienes defienden la idea de que el nacionalsocialismo era un movimiento católico: si lo hubiera sido, no habría habido necesidad de suscribir dicho documento. Es más, los otros concordatos más cercanos son con la república de Baden (1932) y Portugal (1940).

Si fuera tan normal que los católicos sean perseguidos antes de la guerra, la Iglesia hubiera firmado concordato con varios países y no solo con Alemania o con el pequeño Estado de Baden que pronto sería incorporado a aquel.  Pero como la condición de Alemania era particular y sí había un riesgo para la libertad del cristianismo, hubo la necesidad de suscribir el documento.

Continuando con el análisis de la carta encíclica, esta aclara que la Iglesia se mantuvo fiel al concordato, pero que el Reich lo violó. Además, reitera que esta había advertido al régimen sobre la tolerancia de la violencia anti cristiana. A pesar de eso, la carta indica que existen esperanzas de que se pueda retomar el pacto y que la Iglesia ha tolerado atropellos contra los fieles para “no arrancar planta buena” queriendo arrancar hierba mala; es decir, para evitar malos entendidos con el gobierno alemán.

Genuina fe en Dios

En su segunda sección, la carta hace una clara alusión al descaro de los jerarcas nazis de utilizar al cristianismo para sus fines políticos:

No puede tenerse por creyente en Dios al que emplea el nombre de Dios retóricamente, sino solo al que une a esta venerada palabra una verdadera y digna noción de Dios. Quien, con una confusión panteísta, identifica a Dios con el universo, materializando a Dios en el mundo o deificando al mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos creyentes.

Si los políticos y militares nacionalsocialistas hubieran profesado una verdadera fe cristiana, no hubiera sido necesario que la Iglesia lance tan condenatorias declaraciones. Además, la carta menciona al germanismo, esa idea mítica de la antigüedad que, en el contexto de la época, pretendía reemplazar a Dios con una especie de divinidad misteriosa e impersonal.

La carta también indica que la ideología del Partido Nazi coloca a la raza, el pueblo, el Estado y los jerarcas en una posición privilegiada en el orden natural; es decir, que promueve la idolatría, lo dista de la fe verdadera. Se insta a los fieles a vigilar el abuso del nombre de Dios y se insiste en que la ley de Dios no admite privilegios ni excepciones, o sea, que todos estamos sujetos a su mandato por igual.

¿Por qué era necesario advertir esto? Hitler mismo lo dice en Mi lucha: «La libertad individual debe ceder el sitio a la conservación de la raza». Además, acota: «Si esta misma se hallase en peligro de ser oprimida o hasta eliminada, la cuestión de la legalidad pasa a un plano secundario». ¿Puede un movimiento cristiano saltarse las leyes en virtud de ideales raciales? Todo indica que no.

En otro ámbito, la encíclica denuncia claramente que “espíritus superficiales” (los nazis) hablan de un Dios nacional y religión nacional; por tanto, se condena el nacionalismo.  También observa al “neopaganismo provocador”, apoyado por personalidades influyentes. En otras palabras, ser pagano no era ‘cosa de minorías’, como algunos nazis católicos quieren hacernos creer, sino más bien era una actitud muy tolerada por la opinión pública.

Genuina fe en Jesucristo

¿Que el nacionalsocialismo alentaba el paganismo? ¡Esos son inventos!

La carta denuncia que el Tercer Reich quitaba de la iglesia y los colegios las enseñanzas del Antiguo Testamento. ¿Por qué harían eso los nazis? Porque el Antiguo Testamento era considerado judío, es decir, indeseable para la educación de las personas. Esa obsesión por quitar todo elemento hebreo del ‘judeocristianismo’ llevó al régimen a implementar un ‘cristianismo positivo’, supuestamente purgado de sus elementos negativos; es decir, sin herencia judía.

Veamos cómo lo describe el teólogo y sociólogo alemán Cajus Fabricius en su libro Positive Christianity in the Third Reich:

Abandonando los negativos, hagámonos ahora la pregunta: ¿cuál es la religión bajo la cual la nueva vida en Alemania debe ser construida en concordancia con los principios básicos del nacionalsocialismo? ¿Cuál es el alimento espiritual, vivificante y fuerte con el cual el alma del pueblo nuevamente despierto debe ser alimentado? La respuesta es: cristianismo positivo.

Pero ¿qué es el cristianismo positivo? Significa la religión que ha crecido de muchas maneras y llegado a ser una con el espíritu de la nación alemana a través de siglos de historia. Las palabras del Führer han aclarado esto perfectamente, y sin duda alguna está en concordancia con la esencia del nacionalsocialismo. Debido a que en todos lados este movimiento forma conexiones con los poderes más nobles, descubre y conoce cómo ser nacional en el espíritu alemán. Entonces, es perfectamente natural que el nuevo movimiento busque contacto con la religión tan íntimamente tejida por las innumerables asociaciones vivientes en la historia de nuestro pueblo, tanto en la historia pasada como en el presente.

Como se puede evidenciar, el nacionalsocialismo aspiraba a crear una religión propia ‘adaptada’ al ‘espíritu nacional’, es decir, subordinar la fe católica a una ideología tan volátil y efímera. Todo buen católico sabrá reconocer, ante semejante evidencia, que nazismo y cristianismo no son para nada compatibles. Y por si fuera poco, el autor tiene más para decir:

El nacionalsocialismo no tiene la intención de obligar a cada alemán a volverse evangélico ni a insistir en su conversión al catolicismo romano. Tampoco intenta, mediante autoridad del Estado, establecer una Iglesia que represente una mezcla de ambos credos. Todas esas medidas estarían en fuerte oposición al principio básico reconocido de libertad confesional, y tratan de estar hechas para violar las conciencias de muchos millones de personas. A pesar de todo, los nacionalsocialistas que están conscientes de su responsabilidad, saben suficiente sobre historia y naturaleza humana para ver que cualquier intento de este tipo llevaría a una oposición tenaz. Preferiblemente, las diferencias entre las grandes Iglesias deben ser dejadas como rivalidad noble en la arena espiritual.

El cómo se forme el destino de las dos grandes Iglesias en las décadas y siglos siguientes no es algo que el Estado ni el partido vayan a determinar. Se debe dejar a la gran guía de la historia desarrollar la vida interna de nuestro pueblo al respecto, de acuerdo a su voluntad, y nunca debe simplemente tolerar la coexistencia de dos grandes Iglesias en Alemania. Al mismo tiempo, sin embargo, deben, por tanto, ejercitar su influencia de manera que la dualidad de las Iglesias no sea perjudicial para la paz interna de la nación. Hay que dejar que haya libertad de discusión religiosa, pero al mismo tiempo, se debe tener cuidado de ver que la libertad está ligada al amor y a la dignidad, a la evasión de la malicia, calumnia y sospecha, e incluso los debates más importantes sean llevados a cabo entre expertos y en un espíritu de hermandad.

En consecuencia, el nacionalsocialismo está lejos de ser una ideología acorde a las enseñanzas de la Iglesia Católica. El cristianismo no admite la ‘libertad’ confesional, no admite la indiferencia ante la conversión: más bien mueve a la evangelización, a la salvación de las almas. No se puede dejar a entes tan abstractos como ‘la gran guía de la historia’ definir cuál es la verdad enseñada por Cristo.

La encíclica considera que este secuestro de enseñanzas clave de la Biblia era una blasfemia contra Dios y contra su plan de salvación. Dios quiere que la humanidad se salve y, por tanto, ocultar a las personas parte de la revelación divina implica una grave falta de respeto a su plan.

Otro punto fuerte de esta sección es que se acota que la revelación de Dios no admite ser reemplazada por el mito de la sangre y de la raza. Esta es otra clara alusión a la ideología nacionalsocialista, que hablaba de raza aria y rendía una especie de culto a la identidad alemana. Además, en esta parte se denunció que el régimen alemán ponía a “un simple mortal” a nivel de Dios: esta podría ser una referencia a Hitler mismo o a cualquier alemán de raza blanca en general.

Genuina fe en la iglesia

¡Eso es trampa, viejo! ¡Fotos trucadas todas! ¡Estás tergiversando al nacionalsocialismo!

Aquí, la carta afirma: «La Iglesia es única para todos los pueblos y para todas las naciones». Esto implica la idea de que el reinado universal de Cristo no admite primacía de la raza, la identidad o la nación por encima de su Iglesia, a quien él dio autoridad para difundir su palabra.

Se diferencia aquí también entre reformas genuinas a la doctrina eclesiástica y reformas falsas. Las primeras están inspiradas por la integridad moral y el amor a Dios, mientras que las segundas lo están por las pasiones, que solo oscurecen y destruyen el mandato divino. Esta es otra referencia al ‘cristianismo positivo’ impuesto por el Tercer Reich: cambiar cosas de la fe católica para adaptarla a los gustos del régimen.

Además, se advierte que en Alemania se impulsaba en esa época a que la gente se salga de la iglesia para ser fiel al régimen, y que ante ello, los fieles debían responder: «Apártate de mí, Satanás». ¿Cómo es posible que siendo el nazismo defensor de la cristiandad la Iglesia se atreva a compararlo con el diablo? Simple: no era un movimiento católico.

Genuina fe en el primado

Esta sección es muy breve y básicamente alienta a los fieles a decir No a la idea de una “Iglesia nacional alemana”; es decir, a que renuncien al nacionalismo. Nuevamente cabe aquí una referencia al ‘cristianismo positivo’ y su desastrosa y peligrosa amenaza a la universalidad de la Iglesia Católica.

Ninguna adulteración de nociones y términos sagrados

¡Yaaa! ¡Ya basta, viejo! ¡No soporto tus mentiras!

Aquí, la carta pide a los fieles vigilar que los conceptos religiosos fundamentales no se apliquen a significados profanos, como cuando algún jerarca nazi instrumentaliza al cristianismo para que su discurso tenga efecto. Enfatiza además que la revelación divina no es sangre y raza o la historia de un pueblo, ni tampoco la confianza en su porvenir, sino más bien la palabra de Dios misma.

Asimismo, condena la idea de continuidad del pueblo que tanto promueve el Tercer Reich, debido a que este tenía un concepto identitario de ‘inmortalidad’: el Reich de los mil años, la estirpe de los teutones que revive, etc. Se opone a esto el concepto cristiano de inmortalidad, que no radica en el pueblo en su conjunto, sino en el alma individual.

También rescata un concepto importantísimo para el catolicismo: la gracia divina. El documento asegura que el Tercer Reich propugna una declaración de guerra contra el cristianismo al pretender reemplazar la gracia por la “pretendida peculiaridad del carácter alemán”. En otras palabras, una vez más, identidad nacional por encima de fe cristiana.

Doctrina y orden moral

¡Son mentiras, viejo! ¡Mentiras!

En esta sección, se establece la idea de que la moralidad proviene de la fe, y que quitarle a esta la doctrina y el orden moral es caer en decadencia moral. ¿Cómo lo hacen los nazis? Afirmando ser católicos, pero negando la doctrina al proponer un cristianismo ‘purgado de sus elementos judíos’. Además, proponiendo un orden moral que se aleja del mandato de Cristo: el culto al cuerpo, la obediencia al Estado sin importar su confesión religiosa, etc.

Además, la carta establece otra condena clara a los jerarcas nazis: «Estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión». Semejante injuria no puede suponer una adhesión del régimen a los principios cristianos: una legión guerrera con su propia moral y su propia doctrina, pero alejada de Dios, no puede hacerse llamar cristiana.

Por otro lado, se enfatiza que ningún ideal terreno o poder coercitivo del Estado sustituye la fe en Dios y en Jesucristo. El nacionalsocialismo es ciertamente un ideal autoritario y perenne: corresponde al mundo material, es frágil, como toda idea humana que no se funda en Dios y en el orden natural en torno a sus leyes

Asimismo, esta sección de la carta advierte que cuando se le quita el apoyo moral que viene de lo divino a una persona, y esta es llamada al sacrificio de sí misma para la comunidad, se tiene como resultado una deserción más que una adhesión al deber. En otras palabras, la ideología nacionalsocialista involucra una unión artificial basada en meras alianzas políticas y una narrativa de identidad nacional, que se opone a la comunión en Jesucristo, la cual establece la doctrina cristiana.

Reconocimiento del derecho natural

¡No es justo! ¡Eso es jugar sucio!

Aquí, la carta asegura que está mal desligar la doctrina moral y los fundamentos del derecho de la fe en Dios y su ley, e insta a defender el derecho natural. Hay una concepción clave que se maneja: «Lo moralmente ilícito no puede ser jamás verdaderamente ventajoso al pueblo».  Esto quiere decir que en el derecho debe estar presente un concepto de moralidad, cosas que ayuden a elevar el espíritu humano.

Por si fuera poco, la carta reconoce que hasta los propios paganos de la antigüedad, a quienes los nazis no parecen haber estudiado lo suficiente, reconocen los principios del orden natural: «Nada hay que sea ventajoso si no es al mismo tiempo moralmente bueno; y no por ser ventajoso es moralmente bueno, sino que por ser moralmente bueno es también ventajoso» (Cicerón, De officis III, 30). El nazismo acude a la estrategia política en respuesta al espíritu de la época: ve la ventaja como superior a la moral y, por tanto, considera a las oportunidades de conseguir o fortalecer su poder como más urgentes e importantes que elevar su espíritu con ideales cristianos.

Se señala además que todo creyente tiene derecho inalienable a practicar su fe, y que los padres tienen derecho a la educación de los hijos “según la verdadera fe”. Esto último es muy importante, ya que reconoce que la fe católica es la verdadera y que por esta razón tiene un privilegio por encima de otras confesiones que, a la luz de la razón y de la lógica, son falsas.

Paralelamente, se acota que la Iglesia tiene como misión “guardar e interpretar el derecho natural”, y en virtud de esto se detalla que la última gestión escolar en Alemania se inició “en atmósfera de notoria carencia de libertad” como efecto de la violencia. Si el nazismo fura un movimiento católico, no habría necesidad de declarar semejante cosa, puesto que la defensa de la fe cristiana involucraría a todo el aparato Estatal, incluyendo su rama educativa; es decir, se evitaría la represión a la enseñanza de la fe católica en los colegios.

Además, ¿qué dice Hitler sobre la visión católica de la educación? Lo siguiente:

Es una criminal idiotez adiestrar, durante mucho tiempo, a un medio-mono hasta que logre hacerse abogado, mientras millones de personas, pertenecientes a razas más elevadas, deben permanecer en una posición indigna, sin tener en cuenta su capacidad. Es un atentado contra el propio Creador dejar perecer, en el actual pantano proletario, a centenas de miles de personas bien dotadas para adiestrar a hotentotes y cafres.

La Iglesia Católica no se opone al nazismo por nada: sabe que sus ideas de supremacismo racial tienden a un choque con la misión evangelizadora cristiana. Llevar la palabra de Dios a todo el mundo es incompatible con favorecer a una raza por encima de otras para lograr un progreso material y estéril para el pueblo de esa raza particular.

A la juventud

¡Dejen de tergiversar! ¡Puro fotochó!

En esta sección, el documento lamenta que los jóvenes sean acusados de anti patriotismo y hostigados en su empleo y en la vida pública. Ante ello, se rescata que todo joven debe ciertamente una devoción a su patria, amor por la libertad y unidad nacional.  Sin embargo, se niega toda oposición entre educación nacional y deberes religiosos.

¿Esto qué significa? Es una alusión a las actividades doctrinales del nacionalsocialismo impuestas en grupos como las Juventudes Hitlerianas. Las agrupaciones de esta naturaleza dedicaban un culto al cuerpo: mejoramiento de la raza, hacer excesivo deporte, etc. Pero la Iglesia enseña que no solo hay que ocuparse del cuerpo, sino también el espíritu. Además, estas actividades requerían de cierto sacrificio por parte de los jóvenes, incluyendo el ir a misa los domingos; y por supuesto, saltarse la misa es pecado desde la fe católica. Pero leámoslo en las propias palabras de Adolf Hitler:

El Estado Racista debe partir del punto de vista de que un hombre, si bien de instrucción modesta pero de cuerpo sano y de carácter firme, rebosante de voluntad y de espíritu de acción, vale más para la comunidad del pueblo que un superintelectual enclenque.

Dicho de otro modo: al nazismo le importa poco la salvación de las almas, es más prioritario la formación de los cuerpos. Por el contrario, el cristianismo aceptaría que incluso un intelectual enclenque milite en sus filas, con tal de que sea un buen cristiano y, por tanto, salve su alma y ayude a salvar almas.

Sacerdotes y religiosos

Ya casi finalizando, la carta anima a los sacerdotes a continuar su obra evangelizadora pesar de todo, y les indica que tienen un don amoroso: desenmascarar y refutar el error. Hacer ver al prójimo sus errores (negación del cristianismo) es un acto de amor, porque significa preocuparse del bienestar de la otra persona y hacer que la carencia de este bienestar sea evidente para ella. Al mismo tiempo, el documento advierte que renunciar a estas actividades es traicionar a Dios, puesto que solo se puede estar con la verdad o la mentira, con Dios o con el diablo; no con los dos.

A los fieles seglares

Ahora sí finalizando, esta encíclica nos advierte de que la instrucción religiosa en Alemania está “controlada y sojuzgada por gente incompetente”. Semejantes palabras no pueden ser dirigidas a quien defienda la cristiandad: los jerarcas nazis son incompetentes.

El documento manifiesta aquí también sus esperanzas de que la época sea precursora de nuevos programas y de purificación interior. En otras palabras, de que las nuevas corrientes políticas (sin precedentes en la historia), puedan corregirse y acercarse a la fe cristiana renunciando a sus principios que sean contrarios a ella.

En este sentido, la carta asegura que la Iglesia ama a los culpables de todo esto a pesar del error, y desea que Dios ilumine y perdone a los perseguidores y opresores de cristianos en Alemania. En suma, que haya paz verdadera entre la Iglesia y Alemania; y claro, si el nazismo fuera un movimiento católico, no habría necesidad de preocuparse por la armonía entre la Iglesia y el régimen alemán.

Veredicto

¡AAAAH! ¡PERO SI ES LÉON DEGRELLE COMULGANDOOOOOOO! ¡ESTA ES LA PRUEBA DEFINITIVAAAAAAAAAAA!

Es un hecho que, a todas luces, el nacionalsocialismo no es ni de lejos la mejor opción política para cualquier católico de bien. Su visión religiosa carece de toda honestidad intelectual que lo pueda hacer valedor de siquiera ser ideología respetable.

Esta cosmovisión alemana es un fiasco al que se le podría perdonar su ingenuidad de no ser por la persecución sistematizada al cristianismo y la difusión educativa de material que deformaba la doctrina del mismo. No es compatible hacerse llamar católico y al mismo tiempo militante, simpatizante o admirador de la ideología nazi.

Después de leer esto, y de complementarlo —si se quiere— con lecturas adicionales, todo buen católico tiene la obligación de abandonar por completo sus simpatías por estas ideas tan perversas. No es ‘tradición católica’, no es ‘bastión de Occidente’: Alemania es, en el contexto de los años 30 y 40 del siglo pasado, un país dominado por un régimen totalitario en contra de la fe cristiana, y como tal debe ser rechazado.

Reconocer eso no te hace ‘demócrata’ ni ‘liberal’: simplemente te hace una persona con amor por la verdad y dispuesta a aceptar realidades difíciles ante la luz de la evidencia.  Si, ante las muchas pruebas de los errores del nazismo, el lector todavía se atreve a aceptarlo como defensor de la cristiandad, no hay nada que se pueda hacer ante semejante mente contaminada por fanatismo político.

Bibliografía

  • John Cornwell, El papa de Hitler: la verdadera historia de Pío XII. Lectulandia, 1999. Pp. 157-160.
  • Carta Encíclica Mit brennender Sorge del sumo pontífice Pío XI sobre la situación de la Iglesia Católica en el Reich Alemán. Vaticano, 14 de marzo de 1937.
  • Nigel Pennick, Las ciencias secretas de Hitler: la búsqueda nazi de los misteriosos y ancestrales conocimientos para fundar un nuevo orden. La Tabla de Esmeralda. 2ª Edición. Traducido por Rafael Lassaletta. Madrid, julio del 2000.
  • Cajus Fabricius, Positive Christianity in the Third Reich. Hermann Püschell. Dresde, 1937. Pp. 23, 25.
  • Adolf Hitler, Mi lucha. Editorial Solar y Cía. 4ª Edición. Traducido por Miguel Serrano. Santiago de Chile, noviembre de 2002.
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