Aspas de Borgoña en banderas y escudos durante marchas contra el fraude en Lima. Foto: Gaceta de la Iberoesfera.

Aspas de Borgoña, flameando al viento

Resulta bastante irónico que, en vísperas del bicentenario de la independencia del Perú, las Aspas de Borgoña ondeen en Lima desafiando el último y más decadente estadio republicano que afronta este pobre país, el socialista, propuesta que parece haber ganado las elecciones generales 2021.

Portando los mismos estandartes que sus antepasados, la Cruz de Borgoña, bastones rojos sobre paño blanco, un grupo de peruanos se apostaron como guardianes a los laterales y a vanguardia de los cientos de miles que marcharon el sábado 19.06 rechazando el presunto fraude que habría cometido la izquierda chavista, encarnada en el candidato Pedro Castillo, en la segunda vuelta, que pese a estar prácticamente definida a favor del hombre-títere del Foro de Sao Paulo, muchos se niegan a reconocer como presidente por ser no solo un rival político, sino un enemigo total de todo aquello que valoran: familia, tradiciones, patrimonio.

La izquierda radical, empoderada por el voto necio de los progres que se negaron a elegir a la candidata Fujimori -hija del dictador que instauró el “neoliberalismo” en el Perú y está preso por crímenes de lesa humanidad y peculado doloso-, aun cuando su plan de gobierno era el que mejor les convenía para continuar sus acomodadas vidas aburguesadas, se ha movilizado hacia la capital peruana, la “Ciudad de los Reyes”, a reclamar el trono que tanto ansiaba.

Si bien no están emparentados ideológicamente, acompañan su comparsa el “Perú profundo”, un término inventado sabe Dios por qué sociólogo para referirse a las masas olvidadas por un Estado históricamente deficiente que no supo darles un lugar en el reparto de las riquezas de este país ancho y ajeno. Justamente el “Perú profundo” reclama cambios drásticos en el sistema económico y la estructura social y política, pues no ha visto beneficiada ni representada los últimos doscientos años por el modelo que irradia desde Lima.

Y aunque en esto último puedo estar de acuerdo con mis compatriotas enfadados con el sistema, provincianos como yo, no puedo hacer otra cosa sino espantarme, oponerme y distanciarme de ellos cuando queda descubierta la maquinaria chavista que sostiene a Pedro Castillo y sus acólitos que irán a parar al gobierno, y que sustituirán a los tecnócratas liberales una vez hecho el cambio de mando. No puedo estar de acuerdo con que sean ellos quienes dispongan de las riendas del Perú en adelante. Un cambio no es un destrozo, un cambio no es simplemente un dinamitazo como pretenden algunos. Y los que enarbolan las Aspas de Borgoña en las protestas lo han entendido cabalmente. Si en 1821 los revolucionarios acabaron con casi tres siglos de civilización y orden, en 2021 lo harán de nuevo, y esta vez las bases -si tal palabra cabe- de este “orden” son más blandas, por no decir que son casi inexistentes. La república bananera no tuvo otras bases sino las ruinas del Imperio español.

Para sorpresa de los liberales acartonados, los déspotas libertarios y los marxistas con olor a naftalina -las “tribus políticas” con significativo impacto digital-, el hispanismo tiene cada vez mayor aceptación entre los jóvenes de derecha conservadora, menos propensos a caer en la propaganda chauvinista que imparte la educación oficial, y que tampoco se han dejado seducir por los tópicos de la “Patria Grande” y los “estados plurinacionales” que prometen los comunistas bolivarianos, continuadores de la revolución que deshizo los reinos españoles americanos en el siglo XIX.

“No debería sorprender la aparición de las Aspas de Borgoña en una manifestación de esta naturaleza en Lima. Era lógico que en países que fueron críticos con los procesos de independencia, como el Perú, esta bandera se volviera a ondear. ¿Por qué aparece el Aspa de Borgoña en las protestas contra el presunto fraude comunista? Precisamente como un símbolo contestatario. Estas protestas son síntoma de hartazgo social, que irónicamente se producen en una fecha muy simbólica, casi mística para los revolucionarios. Puede que haya algo providencial con lo que estamos viviendo, pues lo que mal empieza, mal acaba. La narrativa idolátrica de las independencias no se sostiene más”, me contaba por teléfono hace unos días mi buen amigo el historiador español Antonio Moreno, y nunca unas palabras fueron más ciertas, sobre todo en tiempos de tanta incertidumbre.

“Aspas de Borgoña, flameando al viento”, dice una canción por ahí, creo que, escrita para una serie o película, aunque algún despistado la habrá hecho pasar por auténtica de los viejos tercios. Lo cierto es que cae muy a pelo para estos tiempos tan difíciles, en que se están deshaciendo los falsos ídolos y los falsos credos forjados con mentiras hace doscientos años por los que prefirieron traicionar a sus padres y hermanos para comerciar con los herejes.

Himnos y canciones que nos recuerdan que es bueno ondear al viento los símbolos que nos quitaron los oligarcas que se adueñaron con mentiras de estas tierras, quitándoselas a sus legítimos dueños, y ahora se sorprenden que la revolución que iniciaron se les salga de las manos y otros la dirijan y afilen sus navajas contra sus cuellos. Como buenos hijos de Dios y de Santiago, habrá que recuperar nuestros países de las manos de ambos cánceres -de los jacobinos y de los marxistas- y devolverlos al buen camino, con las enseñas de nuestros padres que son esperanza y buena nueva para tiempos, que esperamos, no sean tan amargos.

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