Edwin Austin Abbey - Columbus in the New World.

La hispanidad: rescatemos lo que nos une

Bastó que Keiko Fujimori -excandidata presidencial de derecha- apareciera en un video proyectado durante el festival Viva 21 que organizó Vox en Madrid, arengando por la unidad hispana y por España y el Perú, para que una manada de necios desatara su odio antiespañol, tildándola de fascista y traidora a la Patria, entre otras estupideces propias de esta gente básica y engañada que se odia a sí misma.

El resentimiento hacia España es una asignación obligatoria en la paupérrima educación latinoamericana. En el Perú, por ejemplo, podemos ser los últimos en la fila en comprensión lectora, lógica y matemáticas, pero nuestros escolares aprenden de memoria que deben odiar a los españoles por “haberse robado el oro” de los incas, y es tan bueno ese adoctrinamiento que lo llevan estampado en sus memorias de por vida.

Cada 12 de octubre, las redes sociales se convierten en pozos sépticos plagados de publicaciones de odio hacia España y la cultura occidental, en especial contra la religión católica, despotricando -eso sí, en español- el descubrimiento de América por Colón y el arribo de los europeos al continente. Aducen, entre otras ridiculeces, que antes de ellos “vivíamos” en una suerte de paraíso terrenal. Las evidencias sobre sacrificios humanos y canibalismo que practicaban algunas culturas prehispánicas resultan una ficción para los indigenistas.

En el Perú no hemos tenido -aun, aunque con Castillo en el poder puede darse-, a diferencia de Chile, Ecuador, Bolivia, y sobre todo Estados Unidos, escenas de estatuas manchadas o derribadas por turbas enloquecidas. Isabel la Católica, Cristóbal Colón y muchos conquistadores españoles, se han convertido en señuelos de políticos, activistas y vándalos de diversas ideologías para desviar, una vez más, la ira de quienes buscan a los culpables del fracaso de sus sistemas económicos.

Como peruano, he tenido que soportar la propaganda disfrazada de historia que nos enseñan en las aulas. Pero, así como critico el fanatismo indigenista y el absurdo del discurso antiespañol, también advierto que una revisión histórica con el propósito de ocultar los excesos de la conquista, los abusos de la encomienda y los fracasos de la política fiscal virreinal, solo ahonda las diferencias con quienes tenemos que construir puentes de enseñanza y cooperación: los pueblos andinos y amazónicos, los descendientes de africanos. Si no lo hacemos, seguirán siendo campo de cultivo de grupos radicales y caudillos desquiciados que salivan por una guerra étnica.

Vargas Llosa, peruano y español, escribió hace algunos años en El País, que, gracias a España, América “pasó a formar parte de la cultura occidental y a ser heredera de Grecia, Roma, el Renacimiento y el Siglo de Oro”. Esto debería ser motivo de orgullo para muchos hispanoamericanos, pero no nos engañemos: millones, lamentablemente, no tienen idea de que habla el Nobel de literatura. Si los defensores y promotores de la hispanidad continúan con ese discurso, demasiado académico y elitista, jamás llegarán a los estratos populares.

Pero la hispanidad no debe restringirse a la península ibérica. En su columna de El País, el periodista hispano-colombiano Juan Carlos Iragorri lo deja muy claro: la celebración de la hispanidad debe ser “más incluyente, más realista, más amable”. El Día de la Hispanidad no puede ser solo una fecha de celebración española con evidentes retóricas militaristas, pues caería en el tópico nacionalista y chauvinista. Eso desconecta con Hispanoamérica. Iragorri advierte que ciudades estadounidenses como Miami y Los Ángeles, con importante población hispana, resultan más atractivas para los latinoamericanos que Madrid, que, en lugar de desplegar las banderas de los países hispanos en esta fecha, solo exaltan la rojigualda.

Debemos ver en la hispanidad, despojada de posturas supremacistas, una idea potencial para reunirnos una vez más como un bloque cultural y comercial frente a las ambiciones desmedidas de las potencias hegemónicas.

El indigenismo marxista y el liberalismo globalista y apátrida, a pesar de mostrarse como fuerzas antagónicas, operan en simultáneo por destrozar el proyecto de unidad entre los pueblos hispánicos, que, a doscientos años de guerras fratricidas y repúblicas fallidas, enfrentan desunidos la subversión, el saqueo, la alienación y el neocolonialismo anglosajón, ruso y chino. Definitivamente, hay mucho por hacer para conseguir la unidad entre ambos hemisferios y devolvernos a un lugar relevante en la política mundial.

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