Hispanoamérica en el flamenco (IV): La influencia cubana

-Por Antonio Moreno Ruiz

*Enlace original: https://www.cubanet.org/opiniones/cuba-en-el-flamenco/

El flamenco es conocido en todo el mundo como un producto cultural netamente español a partir de una imagen andaluza, o “andaluzada”, como dirían algunos. Conforma hasta un gancho turístico. Sin embargo, muchas veces no es presentado como se debiera. Porque durante demasiado tiempo, se ha relacionado al flamenco con algo “exclusivamente gitano”, o como una “reminiscencia árabe”. Es decir, algo “exótico” y “aislado”. Algo que se ha conservado “puro” y “lineal” desde que los musulmanes conquistaron la Península Ibérica y que podría ser utilizado como un hecho diferencial al margen de la cultura hispánica.

Nada más lejos de la realidad, pues el flamenco es un fenómeno musical que se condensa durante el siglo XIX, siendo heredero del cante o género andaluz del siglo XVIII, género musical que se desarrolló tanto en la Península Ibérica como en Cuba.

Cierto es que el flamenco posee un regusto oriental en la forma de su canto, cuyo acervo melismático nos conecta con la música árabe, así como con otras músicas que atraviesan el Mediterráneo. Y no hay que menospreciar la gran aportación que muchos artistas gitanos han hecho a esta música. Sin embargo, desde un punto de vista antropológico, los gitanos, y más concretamente los gitanos andaluces, no son una raza pura que se haya mantenido ajena a las influencias de su alrededor sino todo lo contrario.

El gitano andaluz no se entiende sin su interacción cultural y sanguínea con castellanos, negros y moriscos, y como todo habitante español, no ha dejado de estar sujeto a las continuas y grandes interacciones culturales que hubo con América, pasando siempre por Cuba como constante filtro de Europa, América y África.

Como el flamenco abarca una prolija diversidad de subgéneros insertados en el mismo acervo musical, durante un tiempo se habló de determinados cantes como “de ida y vuelta”, esto es, la rumba (heredera de la guaracha antigua cubana), la guajira (heredera del punto cubano), la vidalita, la milonga (estos dos cantes importados de Argentina) y la “colombiana”, cante flamenco que inventó Pepe Marchena luego de mezclar un corrido mexicano con un zortzico vasco. Zortzico que convivió con el cante o género andaluz en los teatros de La Habana en siglos pasados.

Sin embargo, esta clasificación es arbitraria e incompleta, pues sabemos a día de hoy que la petenera flamenca es heredera de la petenera mexicana (de repente, no están tan despistados los estadounidenses que confunden música mexicana con flamenco…) tal y como consta en las hemerotecas desde el siglo XIX, esto es, en la misma época que aparece en Cádiz el tango de los negros o tango americano (otra vez Cuba), que pronto se insertará en el repertorio flamenco.

La palabra “tango”, al igual que la palabra “fandango”, aparece tanto en Andalucía como en Cuba, hasta desembarcar en Argentina.

En cuanto al fandango, y más concretamente, al fandango antiguo, podemos decir que influencia a todo el acervo musical flamenco en mayor o menor medida. Dicho fandango se populariza en el siglo XVIII, pero el término ya se conocía de mucho antes en los puertos de Sevilla y Cádiz y ligado a la música de los negros (no en vano, todavía goza de muy buena salud en Hermandad de los Negritos en Sevilla, cuya fundación se remonta a 1393).

En el siglo XVIII, empero, el Diccionario de Autoridades define al fandango como “baile introducido por los que han estado en los reinos de Indias, que se hace al son de un tañido muy alegre y festivo”.

Asimismo, desde finales del siglo XV (esto es, cuando llegan los gitanos a España), luego de la derrota del último reducto musulmán de Granada y la entrada de la Casa de Austria como dinastía reinante en España, tiene lugar un estrecho contacto con la política europea, y especialmente con Italia (herencia de siglos de la política aragonesa) y Flandes; siendo ya en la época del barroco cuando muchas músicas se condensan, evolucionan y mezclan en pleno contacto con el Nuevo Mundo.

Así, de los siglos XVI al XVII podemos hablar de la pavana, la gallarda, la folía, la romanesca y la jácara, entre muchos otros géneros que conviven con músicas ligadas a los negros, tales como la zarabanda, el maracumbé, el gurumbé, el zambapalo o el guineo.

En la misma época podemos hablar del canario, baile de punta y talón popularizado en Sevilla y relacionado con los aborígenes canarios; presentes en Sevilla concretamente en los alrededores de la Puerta de la Carne (no muy lejos de la capilla de los Ángeles, a la sazón, sede de la referida Hermandad de los Negritos).

Ya en el referido siglo XVIII músicas como el fandango y la zarabanda son imitadas en las principales cortes europeas.

Y el molde del fandango antiguo siguió haciendo furor en Veracruz, así como en los Llanos de Venezuela y Colombia —válganos el joropo— y en el Callao.

No olvidemos, además, la mucha interacción que hubo con Nueva Orleáns.

Durante todos estos siglos se irán conformando por toda la Península e islas adyacentes seguidillas y jotas, moldeando lo que hoy en día conocemos como folclore.

Eso sin pasar por alto la influencia del género habanero que se expande principalmente a través de la zarzuela desde España al Perú, encontrando todavía a día de hoy canciones con similar estructura —de regusto cubano— de Cataluña a Asturias, así como de Sevilla y Cádiz a Canarias, así como en la costa de Lima.

Lejos de haber fronteras insalvables dentro del mundo hispano, contamos con un hermoso y entrañable proceso forjador de toda una riquísima cultura que rompió barreras geográficas y raciales abanderando una vocación universal.

Por más que durante demasiado tiempo, con la excusa de defender la supuesta “pureza” del flamenco, se haya despreciado la rica cultura hispanorromana y visigótica anterior a la llegada de los musulmanes, y por más que se intente negar la interacción y la influencia “criolla” (con el mismo estilo que los indigenistas pretenden negar la influencia española en América), las evidencias musicológicas, antropológicas e históricas en general son demasiadas en contra de la visión reduccionista, simplista y supremacista del flamenco.

Porque Andalucía no deja de ser tierra de repoblación luego de la derrota del islam (consumada desde los siglos XIII al XV), y más aún la Andalucía atlántica, con Sevilla como puerto y puerta de Indias, sede de la Casa de la Contratación y del Archivo de Indias y arribo de gentes de toda la Península y Canarias, así como foco constante de italianos, franceses, alemanes, o incluso de griegos e irlandeses, que a su vez, compartieron espacio con negros, moriscos y gitanos.

Es acaso el enclave geográfico menos proclive a estas visiones sesgadas. Porque al final, las cosas van saliendo. Hace años creíamos en Sevilla que la canción del «Pobre Miguel» era una algo típico y “puro” de Triana, sin embargo, la verdad es que es una adaptación andaluza de un vallenato del colombiano Rafael Escalona, música que, a su vez, destaca su parecido con la guaracha cubana. Y como enésimo acriollamiento, válganos Paco de Lucía, artífice de la introducción del cajón peruano en el flamenco.

Así las cosas, si tuviéramos que resumir la grandiosa complejidad del flamenco, pensaríamos en el título de la famosa rumba de Paco de Lucía, “entre dos aguas”, y uniendo el Mediterráneo y el Atlántico, bebemos de fuentes orientales, barrocas y criollas. Todo ello conformando una fascinante coctelera en la que Cuba tiene un lugar predilecto por derecho propio.

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