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La Impotencia del Feminismo

De como la incapacidad política del feminismo se traduce en su extrema capacidad social para generar antagonismos artificiales entre hombres y mujeres, y sus diversas manifestaciones

El problema del feminismo es que todavía no se decide si debería o no matar a los hombres. Ya decía Carl Schmitt que la esencia de lo político (que no de la política) es el enfrentamiento dialéctico entre amigos y enemigos. Este enfrentamiento implica, entre otras cosas, la identificación de un otro como un enemigo, como un “otro óntico”. Para que esto ocurra, es necesario una intensidad suficiente como para poder simultáneamente morir y matar por una causa. El feminismo no pasa de aquí, se queda en lo social y no avanza a lo político. No tiene ni tendrá la suficiente intensidad como para poder hacer esto. Vamos, que la declaración del hombre como un “enemigo universal” termina siendo una posición que roza lo caricaturesco.

Y no es que esto no ocurra; el hombre «esencial» y «universal» es efectivamente, como representante del “sistema patriarcal,” el enemigo del feminismo. Pero esta enemistad no es política sino meramente social y privada. Cuando las feministas de la segunda ola en sus berrinches gritaban que lo “privado es lo político” en realidad querían decir que “lo privado es lo social”. El feminismo en su impotencia, debido a que no pueden (o todavía no se deciden) eliminar físicamente a los hombres, redirecciona su incapacidad política y convierte esta enemistad en un asunto social y privado. Y he aquí, donde reside el verdadero poder del movimiento feminista, en su incesante capacidad para generar discordia social entre hombres y mujeres. 


Un ejemplo extremo de la tendencia feminista a generar odio e inconformidad social entre hombres y mujeres es el panfleto lesboseparatista “Love Your Enemy?” (Amar a tu Enemigo?) donde se encomendaban a las mujeres cis a renunciar por completo del sexo heterosexual. Para ellas, las mujeres que tienen sexo con hombres son “traidoras de género” y merecen ser condenadas como tal. Otra manifestación menos extremista, pero igual de problemática de este resentimiento feminista, es el constante ataque que sufre el género masculino en la cultura de masas occidental. Unos 5 minutos en twitter serán suficientes para ver el típico “all men are thrash” (todos los hombres son basura), o ver mujeres avergonzadas de su propia heterosexualidad al ver alguna publicación o foto de una mujer atractiva, o de un hombre haciendo alguna ridiculez.

Pero estas son meras manifestaciones de un problema mucho más grande, a saber, la guerra sin cuartel que se tiene contra el hombre en las sociedades democráticas de mercado. Una guerra dirigida particularmente hacia la demografía más vulnerable de nuestra sociedad: los niños. Las escuelas y universidades se han convertido en espacios feminizados, en donde ser varón es un anatema. Toda expresión de vitalidad y energía juvenil masculina, se ridiculiza y condena llamándola “masculinidad tóxica”, en contraposición a una supuesta “masculinidad positiva”, que no es más que una masculinidad feminizada. Mientras tanto, las niñas son bombardeadas constantemente por mensajes de optimismo, empoderamiento, y del famoso entitlement que las hace sentir merecedoras de todo y más ¿Y para los niños? Para ellos nada.

Y es el que feminismo nunca tendrá una respuesta para el sufrimiento y la opresión masculina. Su arsenal teórico impide la posibilidad de tal cosa, y si alguna vez lo llega a reconocer siempre lo terminará desvalorizando, para así dejar en claro que las mujeres sufren más que los hombres. Una posición mezquina que se celebra con alegría desde las instituciones culturales occidentales. Mientras tanto, estos chicos van por un camino de drogas, depresión, aislamiento y suicidio, y esto seguirá así mientras el feminismo siga existiendo. No hay feminismo sin hombres porque estos son el enemigo. Empero, el feminismo en su impotencia todavía no puede matar a los hombres, así que enfoca su resentimiento en el desprecio privado y social hacia ellos. Al final, la fortaleza social del feminismo reside, precisamente, en su debilidad política.

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