¿Por qué el fascismo es tan atractivo?

Sabemos que el fascismo es un error: el hecho de que sea una ideología implica que es una forma particular de ver la realidad, es decir, parte la realidad en varios pedazos y nos permite ver solo uno de ellos. Sin embargo, durante estos últimos años, con el auge de 4chan, las páginas de humor político tipo /pol/ y la comunidad Alt-Right en torno a la figura de Trump, muchos jóvenes han sentido una atracción profunda por esto al punto de sumarse. ¿A qué se debe? Hoy lo analizaremos.

Cabe destacar que nos referiremos acá al fascismo como categoría genérica para describir a los nacionalismos totalitarios surgidos principalmente a comienzos del siglo XX. Es cierto que hay variantes en cuanto a su rudeza, posición religiosa y de más asuntos, pero todos comparten más o menos las mismas ideas centrales.

Rebelión contra el mundo moderno

El fascismo te ofrece una alternativa para saciar tu sed de justicia en este mundo tan podrido en decadencia: la rebeldía, la revolución, la satisfacción de plantarle cara a la degeneración y hacer algo útil. Te hace pensar que las demás doctrinas políticas están equivocadas y que, de cierta manera, el fascismo es un rescate de la tradición frente a la modernidad.

Esto es solo una ilusión, ya que el fascismo en sí mismo es producto de la modernidad, y de hecho exalta valores modernos: la velocidad, la industria, el hombre-máquina, la suplantación inmediata de un régimen político por otro, etc. A diferencia de la Doctrina Política de la Iglesia, el fascismo no maneja el concepto de modernismo para distinguirlo de modernidad, sino que acusa al mundo moderno entero de degenerado siendo irónicamente el fascismo un producto moderno.

Restauración de la grandeza

El fascismo se plantea una historia tripartita: antigüedad gloriosa, pasado oscuro y presente-futuro hermoso, lleno de luz y redención. Mussolini quiere rescatar al Imperio Romano, oscurecido por las democracias. Hitler quiere rescatar a los druidas y vikingos, opacados por el parlamentarismo. Perón quiere imitar al glorioso San Martín y su gesta libertaria para Hispanoamérica, opacados por décadas de gobiernos oligárquicos y burgueses.

El error de esto es aun notorio a simple vista, ya que el esquema de historia tripartita es claramente propaganda, porque es un «la historia comienza conmigo», como si un líder mesiánico fuera el encargado de nuestra redención luego de un largo tiempo de opresión. Al igual que la ideología humanista hace con el ‘Renacimiento’, el fascismo intenta restaurar la idea de imperio pero creando algo nuevo; obviamente, utilizando la religión a su antojo, según convenga para seducir al pueblo religioso.

Estética moderna

La estética fascista no es muy diferente de la liberal europea o norteamericana: jeans, uniformes, botas, cubismo, futurismo, neón, música electrónica, etc. Moda en la ropa y en las artes que expresa un  intento de lucir vanguardia frente al resto de ideologías ‘atrasadas’. El fascismo dice combatir al mundo moderno, pero al mismo tiempo se gloria en ser más moderno y prometedor que el mundo moderno.

Especialmente en este siglo, esa corriente artística se ve potenciada por el fashwave, una rama del vaporwave que recupera la estética ochentera y noventera pero proyectándola hacia el futuro. Todo eso sin tomar en cuenta cánones estrictos de belleza y presentando cosas modernas como bellas en sí mismas. Todo eso mientras proclama ser bastión de la tradición y de las costumbres populares.

Culto a la guerra

Al fascismo le encanta proclamar la Guerra Total: después de todo, el enemigo (la democracia) es pusilánime y siempre traiciona sus propios principios. Si los socialdemócratas y liberales son la soya en su estado más puro, el fascismo se proclama la carne de churrasco que el campesino se prepara los domingos. Entonces, llama a una guerra sin cuartel contra el enemigo, olvidándose de la piedad cristiana y del perdón para los arrepentidos. Desde negar un saludo hasta ver malicia donde no la hay, el fascista tiende a llevar la vigilancia al grado más paranoico.

Es cierto que estamos en una constante guerra, porque debemos vigilar a nuestro alrededor y prepararnos para resistir a una naturaleza hostil. Sin embargo, el fascismo lleva esa idea a un extremo, porque enarbola una suerte de fanatismo por todo lo que conlleve peligro. Ser apologistas de la violencia (como Georges Sorel) es algo tomado muy en serio al punto de trascender mediante la muerte, buscándola intencionalmente en la batalla. Pero no es una muerte camino al cielo para ver el rostro de Dios, sino una muerte en la que no importa si se ve después al diablo: lo que importa es llevar la violencia hasta sus máximas consecuencias.

Algarabía juvenil

El fascismo se gloria de ser enérgico en violencia, estética, discurso… pero estos aspectos en su conjunto nos llevan a un concepto que lo abarca todo: la juventud. No por nada el himno oficial del fascismo italiano se llama Giovinezza o el del nazismo alemán Horst Wessel Lied (canción de Horst Wessel, joven nazi que murió asesinado por comunistas). La juventud es la etapa ideal para hacer locuras: rebeldía, activismo, revolución.

Sin embargo, las actitudes que no se meditan con prudencia son propias del joven mal encaminado. Ser joven no significa actuar sin pensar, moverse por el romanticismo. Proclamar «¡revolución, revolución!» sin antes estudiar la perversión de las revoluciones es pecar de ignorancia culpable, más aun tomando en cuenta que el fascismo surge en los centros urbanos, donde hay gente que se supone que estudia (aunque luego se atribuya la voz del populacho rural).

Voluntarismo popular

Por último, pero no menos importante, cabe destacar que el fascismo apela a la voluntad de poder nietzscheana: hay que esforzarse hasta llegar a ser superhombres y trascender en la historia. Pero estas ideas vienen desde mucho antes, porque el pensamiento de Rousseau plantea que la sociedad se forma mediante un contrato, es decir, que la voluntad y el consenso de varios interesados configura nuestro modo de organizarnos en comunidad.

Muchas veces sucederá que el fascismo critique a los judíos por proclamarse estos pueblo elegido, pero no dudará en apelar al ‘destino histórico’ del pueblo propio y hasta a veces priorizar su propia grandeza por sobre la de los demás pueblos. De aquí surge que el nacionalismo argentino suela ser despectivo con los chilenos, acusándolos de siervos de Inglaterra.

Es, además, irónico que el fascismo critique a la democracia por someter la verdad al arbitrio popular, pero al mismo tiempo se atribuya ser la ‘verdadera’ voz del pueblo, sometiendo la verdad a análisis románticos y poco juiciosos. El fascismo italiano se dice católico porque ‘el pueblo’ es católico. No es raro ver a un fascista justificar al régimen de Gadafi o al de Assad aunque proclamen falsas religiones, porque «es la naturaleza de sus pueblos, ¿qué le vamos a hacer?».

Conclusión

¿Podemos concederle algo al fascismo? ¿Tiene algo de razón a pesar de todo? ¡Claro que la tiene! Así como la tienen el comunismo, el liberalismo, el feminismo, el positivismo, el racionalismo… Como decía Pío XI: «Todo error contiene siempre una parte de la verdad». Y sin embargo, esas partes de la verdad son aciertos accidentales, es decir, no suceden por causa de que el error sea bueno, sino a pesar de que el error es malo.

Puede que muchos personajes fascistas hayan sido hijos de su tiempo: después de todo, el juicio personal de cada uno de ellos corresponde a Dios, supremo conocedor de sus conciencias. Ellos actuaron con los medios que tenían a su alcance, pero nosotros tenemos Internet y nos vanagloriamos de ser una ‘civilización avanzada’ y ‘mucho más inteligente’.

Lea, busque, descubra cuáles son los errores del fascismo y rechace esa ideología. Sí, rechace a la democracia, al liberalismo, al comunismo, pero no se haga el tonto con el fascismo, siguiendo sus instintos carnales de amor al pecado o pasión por el error. Después de todo, el fascismo es parte de la ontología liberal: «Amo mi libertad para hacer el mal a sabiendas de que el mal está mal».

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