Padre e hija. Alberto y Keiko Fujimori en 1995. Foto: Renzo Uccelli / AFP.

El fujimorismo no es la salvación, es un paliativo

Los fujimoristas, hinchados de absurda soberbia por ser la segunda minoría política detrás de la izquierda chavista que busca instalarse en el Perú, están vendiéndose electoralmente como la salvación del país frente al comunismo en esta segunda vuelta.

Se ven a sí mismos como el último bastión de civilidad contra las hordas de bárbaros que amenazan con traerse abajo este “país próspero”, el modelo económico y su bendita Constitución del 93. Hay quienes les siguen la corriente puerilmente, otros, con un poco más de madurez, entienden que no son ninguna salvación, solo un paliativo.

Debe quedar claro que Fuerza Popular, el partido de Keiko Fujimori, no defiende al Perú, sino el legado político de Alberto Fujimori, el patriarca de la familia. Haciendo honor a su nombre, son una fuerza de contención frente al alud inevitable que es el desborde popular, la furia de los desposeídos, el retorno de la subversión, la estupidez cómplice de los “bicentenarios”.

Cuando Vizcarra, satisfaciendo la irracionalidad de los peruanos, cerró el Congreso con mayoría fujimorista en 2019, agujereó la muralla que separaba a los partidos moderados de los caciques y encomenderos ansiosos por ocupar un curul. Tampoco es que hayamos perdido lumbreras, pero el Legislativo del 20-21 supera en excesos y estupidez a los que les precedieron.

Entonces, un amigo arequipeño, el filósofo César Félix Sánchez, me comentaba por teléfono que esta decisión de Vizcarra aceleraría la “descomposición política” del Perú, pues afectaba directamente a los dos partidos que, por más desagradables que resultaran mediáticamente, contenían desde el Poder Judicial y el Congreso a las amenazas que ponían en peligro el sistema económico y social del país. El fujimorismo, y sus aliados en el Pleno, los apristas, mantenían el piloto automático que por más de tres décadas dio cierta estabilidad a la economía y la convivencia, aunque podemos estar de acuerdo que con la pandemia se desnudó la cruda realidad: el progreso que nos han vendido resulta casi un espejismo.

Coinciden estos hechos, y sus patéticos protagonistas, con los primeros olores de podredumbre de la república bananera del Perú, que muestra ya indicios de caducidad, aunque la fecha todavía es incierta. Nacida de una independencia prematura, ha parido una letanía de caudillos megalómanos y bufones -que parecen haberse actualizado en instagramers, tiktokers y videocolumnistas- en comparsa con una muchedumbre mezquina, y con los resultados de esta primera vuelta, hasta suicida.

Por lo menos, y en medio de la desgracia de la pandemia y la crisis de representación, ha quedado en evidencia que los otrora intocables progres de café y aula universitaria, se han reducido a sus círculos habituales, que el “voto protesta” de los peruanos no fue a parar a la izquierda globalista y mesocrática encarnada en Juntos por el Perú y el Partido Morado -que jugaban a ser próceres en noviembre de 2020-, sino a la izquierda provinciana -“aldeana” y “telúrica” como la llamó un acomplejado periodista peruano- y mucho más radical que es Perú Libre, su ideólogo Vladimir Cerrón y su candidato Pedro Castillo.

¿Pedro Castillo es un peligro para el Perú? Si, solo basta leer el plan de gobierno de su partido para descubrir que cualquiera de sus políticas nos pondría en tal situación de inestabilidad política y económica que este país se tornaría aún más ingobernable.

Pero más peligrosos que él son sus acompañantes, empezando por Cerrón, el “hombre que mece la cuna”, el exgobernador de Junín condenado por haber cometido el delito de negociación incompatible en agravio del Estado. Zaira Arias, la que amenaza con disolver el Congreso en una eventual victoria de Pedro Castillo para convocar una Asamblea Constituyente. Samuel Coayla, que propone una ley para regular los contenidos de los medios de comunicación. Guillermo Bermejo, a quien la Fiscalía señala de haber recibido “adoctrinamiento ideológico, político y adiestramiento en armas” de parte del grupo terrorista maoísta Sendero Luminoso.

¿El fujimorismo es la salvación? No. ¿Merece Keiko Fujimori ser presidente del Perú? Tampoco, no tiene ningún mérito que lo justifique, su negativa a aceptar su derrota frente a Kuczynski nos provocó la crisis política 2016-2019, su sola presencia en la contienda divide a los peruanos, pero es lo que hay. Muchos olvidan que los grandes vencedores de estas elecciones generales 2021 han sido el ausentismo -el mayor en los últimos 20 años según la ONPE, más de 7 millones no acudieron a votar-, la hiperfragmentación política, el voto nulo o viciado, no Pedro Castillo ni Keiko Fujimori, ambos en primer y segundo lugar respectivamente en primera vuelta con porcentajes que no llegan al 20%.

El fujimorismo es, aunque fastidie a muchos bienintencionados, el “mal menor” de esta segunda vuelta, el muro de contención contra el colectivismo y la miseria bolivariana/comunista, el paliativo frente al cáncer terminal. Si, la república peruana y su democracia liberal están agonizando, pero ni modo que le apliquemos la eutanasia a su maltrecho cuerpo por pura desesperación ante el dolor y la desesperanza. La inyección letal, que es Pedro Castillo, nos matará a todos.

Tampoco cantemos victoria si Fujimori llegara a ganar. No debería sorprendernos que la izquierda denuncie un fraude, que llame al paro, a la huelga, que se paralicen vías de comunicación, se sitien los principales yacimientos mineros y el flujo de camiones que transportan alimentos se detenga. La izquierda a la que enfrentamos no propone cambio de sexo en el DNI, matrimonio homosexual, aborto y feminismo. Propone disolver la república tal y como la conocemos, y no tenemos ni el tiempo ni los recursos para contestarles con un proyecto que detenga el sangrado social y moral -culpa de derechas e izquierdas-que sufre el Perú, y que lo ha llevado, una vez más, al borde del abismo.

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