Lo que es no tener cultura…

Hace unos meses, una de esas cuentas culturosas de twitter publicó la fotografía de una momia Inca, con sólo la frase: «cuerpo congelado de niña Inca de 500 años» («500 years old frozen body of Incan Girl»).

Y por supuesto, porque twitter es twitter, ardió Troya.

Algunas de las respuestas al tweet decían:

«¿Por qué no mejor desentierran a Cristóbal Colón? Siempre metiéndose con nosotros las minorías»

« ¿Por qué los blancos piensan que está bien tener un cuerpo humano en un museo? ¿Por qué no puede descubrir a su propia gente y exhibirlos? Esto es desagradable.»

«¿Por qué los caucazoides siempre roban tumbas?»

…y etcéteras.

¿Lo curioso? La gran mayoría de comentarios de este tipo no venían de sudaméricanos ofendidos (creo haber leído solo a una peruana). La mayoría de estos comentarios eran de gente negra.

Para la mayoría de mortales normales, es casi un orgullo ver que gente de otros países o culturas admire lo nuestro. Nos agrada pensar que nuestras culturas hicieran un aporte histórico que ha perdurado hasta hoy y que se puede ver o disfrutar.

Si bien la definición de lo que significa cultura puede variar, a lo que me refiero es a aquella manifestación humana propia de un grupo específico que les pertenece a ellos y a nadie más. Es decir, si le hablo a alguien sobre los mariachis, no necesito explicar que estos son mexicanos. Si muestro una fotografía de las pirámides, es muy probable que sepan que estas son egipcias. Cada cultura está asociada a una identidad propia.

Discutir este tema con gringos es complicado. Por ejemplo, a un argentino no le tiene que gustar el tango para decir «sí, ese baile es de mi país» y decirlo con orgullo. No tiene que bailar tango para sentir que esa danza lo representa, venga de donde venga.

Pero con un elemento de la cultura americana, no pasaría esto. Es, de hecho, probable que ocurra todo lo contrario.

El experimento multicultural de Estados Unidos, aquel melting pot de identidades, ha resultado un fracaso porque ese pot nunca tuvo melting. La falta de componentes culturales unificadores –así como la globalización de su cultura– ha hecho que cada grupo humano se identifique sólo con lo propio y sólo con el grupo, mientras que el resto son tan ajenos como lo sería un extranjero.

Este efecto ha sido devastador en la población negra o, como prefieren llamarse, a f r o – a m e r i c a n o s. Si durante los tiempos de la lucha por derechos civiles, los negros querían igualdad para vivir también el sueño americano, los de ahora que ya disfrutan de esos derechos, reniegan de su identidad americana y han preferido solo el afro.

Y no lo digo por la obsesión de sus mujeres con sus cabellos y peinados, algo que es necesario mencionar. La falta de conocimiento de la verdadera cultura africana de la que dicen provenir ha causado que su apegamiento al continente no se base en la cultura de este sino en aspectos raciales, una romantización de su identidad étnica (su color, su cabello…) que bordea el fanatismo racial.

Esto no sería un problema si no fuera porque esta auto-segregación cultural también es una auto-segregación social. Hablamos de un grupo que se niega a integrarse, uno que no se ve como miembro de la sociedad y que la desprecia. Uno que reacciona con violencia cuando se les pide participar en su cultura porque, para ellos, es robarles la identidad y perder el sentido de la originalidad.

En América Latina y en España, la influencia de la cultura negra es muy grande. La comida, la música y muchas celebraciones tienen un origen negro. La misma procesión del Señor de los Milagros en Perú, una de la más grande del mundo, nació de negros esclavos. Estas tradiciones son tan parte de nosotros, que ya ni nos parecen negras. Casi nadie menciona el origen, porque no nos importa. Es parte de aquello que somos ahora y todos están invitados a unirse.

En Estados Unidos, esto no pasa. Que una persona no negra quiera ser partícipe de la cultura negra es tabú, un pecado. Es insultante, sobre todo si la persona es blanca, que se quiera apropiar de la cultura.

Esta histeria está saltando fronteras. Tenemos a Cavani castigado por llamar «negro» a un amigo, mientras que Bolivia prohibió una danza porque dizque usaba blackface, algo que no existe en nuestra cultura. Hace poco, una marca de alimentos dijo que cambiaría su imagen corporativa porque se llamaba «La Negrita» y esto era ofensivo. ¿Ofensivo como? Nadie sabe.

Si bien es una realidad que cada país latinoaméricano tiene sus propias manifestaciones culturales, aún no hemos llegado al punto de segregarlas. Aún no nos hemos dividido en opresores y oprimidos en ese aspecto. Sí, por ahí saltará un ofendido a decir que «¿cómo se atreve mengano a usar un poncho siendo rubio?», pero felizmente gente así son repudiados o burlados.

Parece irónico que siendo anti-globalismo hable de la necesidad de compartir la cultura cuando es el globalismo quien promueve el dichoso multi-culti. Pero recordemos que el globalismo solo aplica este multi-culti para las culturas que necesita explotar e introducir en otros países para reemplazar aquellas que califica de opresoras. Esto sucede cuando la cultura está a cargo de quien busca separarla de su identidad nacional única. La respuesta es que cada país sea responsable de su propia cultura, su defensa, su difusión entre su gente y su promoción como elemento turístico.

Por otro lado, si la cultura no es una prioridad a observar para nuestros gobiernos, si no aprendemos que nuestros elementos culturales son de todos y para todos, pero también nuestros, lo más posible es que empecemos a ver auto-segregaciones. Alguien, probablemente un izquierdista, aparecerá a secuestrarlas y dirá que le pertenece solo a su grupo y que sólo ellos pueden usarla. Y casi siempre, este uso es divisorio, es decir, o se convierte en propaganda política de racismo, supremacía, ignorancia y violencia.

El ejemplo es, desde luego, Estados Unidos. Por un lado, su población negra se cree con derecho de incendiar ciudades enteras porque no se sienten partes de estas. Por otro, se sienten con igual derecho de erigir un ídolo negro al que le atribuyen elementos culturales africanos que sienten que los representan y que son superiores a todos los demás por razones que creen son justificadas por la historia.

La imagen que acompaña a esta entrada es el Oráculo, una escultura que ahora adorna New York. Los africanos de verdad no la entienden. Les parece ridícula y genérica. Pero los afro-americanos se sienten encantados con ella. Y es que no tienen nada más, no tienen una cultura real más allá de sus pelos y sus zapatos, algo real de qué sentirse orgullosos. Y esto es porque no los han dejado desarrollar una. Porque, si tuvieran una, no sentirían ese desprecio hacia las demás, esa falta de entendimiento al orgullo de compartir lo tuyo con el mundo… esa envidia hacia lo que otros son y tienen y que disfrazan con una falsa superioridad moral.

No dejemos que nos suceda a nosotros.

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