El próximo presidente del Perú debe acabar con el contubernio liberal-socialista

Conversaba con un amigo abogado sobre el limitado entendimiento de muchos “derechistas” peruanos sobre el contubernio entre liberales progresistas y socialistas -que hoy gobiernan el Perú a través del Partido Morado-, sumada la tibieza de los “liberales clásicos” y sus inútiles posiciones de neutralidad frente a la hecatombe que se nos avecina.

Con la carrera electoral en marcha -las elecciones presidenciales son el próximo 11 de abril-, los grupos de poder han desplegado sus candidatos, entre una que otra excepción, y como siempre los menos precavidos y entusiastas han caído en el juego de la narrativa oficialista y la división jurásica de izquierda y derecha del siglo pasado.

Aunque históricamente la izquierda peruana siempre ha estado fragmentada y sus facciones han peleado entre sí, ha logrado expandirse transversalmente en el campo social, fabricando narrativas, eslóganes, incluso neolenguas -el lenguaje inclusivo es una muestra-, capturando a la juventud presta al cambio y la revolución. Y es que la lucha entre la derecha y la izquierda hace mucho que superó los límites de la política convencional. La izquierda extendió su frente de lucha a otros antagonismos: hombres contra mujeres, heterosexuales contra homosexuales, colonizadores contra indígenas. Dilatar conflictos, más allá del primario burgués vs. proletario, ha sido su modus operandi.

Por otro lado, uno de los problemas -el que más ceguera les produce- de la derecha peruana es que es esencialmente economicista, tan ensimismada en los números y ránquines de competitividad que olvida que el común denominador de los peruanos tiene prácticamente una nula educación financiera o tributaria y vive de sus ingresos -diarios o temporales- con el objetivo de sobrevivir, tanto en la ciudad -trabajadores informales e independientes- como en el campo -agricultura de autoconsumo-. La pandemia ha agravado aún más esta realidad.

La izquierda campea en el ámbito académico, la cultura, el entretenimiento y sobre todo la asistencia social, ¡incluso en la propia Iglesia Católica! Ahí que se perciba a la derecha, indiferente a estas áreas, como un bloque pétreo decidido a conservar las desigualdades imperantes e históricas del Perú.

La “derecha”, si quiere sobrevivir, debe entender que no puede seguir siendo la vocera de los oligopolios, y que su militancia no puede traducirse en insoportables camarillas de encorbatados cuya única aspiración en la vida es imitar al “primer mundo” sin entender la realidad de su propio país, ese al que tanto desprecian.

Lamentablemente, los tecnócratas liberales de Linkedin, obsesionados con acumular títulos universitarios y dedicados al culto del libre mercado y la “libertad individual”, de asumir el poder el próximo 28 de julio, terminarán cediendo una vez más a la izquierda, confiando en que, haciendo concesiones a favor del aborto, el matrimonio gay, la identidad de género o la eutanasia, frenarán sus ambiciones y mantendrán seguros los pilares de la república liberal y el sistema capitalista.

El empresario Rafael López Aliaga, a quien de momento las encuestas le dan cerca de un 8% de intención de voto -cifra menor pero relevante en un contexto en que el candidato que lidera los sondeos apenas llega al 12%-, es posiblemente el único que podría hacerle frente a esta alianza venenosa de tecnócratas y agitadores sociales, no porque sea un estadista brillante, sino por su voluntad combativa y desprecio visceral a la agenda progresista.

Contrario al aborto y a la ideología de género, su discurso anticomunista -condena enérgicamente al régimen de Nicolás Maduro-, sus promesas de reducir el aparato estatal -eliminando casi la mitad de ministerios-, sus propuestas de asistencia social para afrontar la crisis económica producida por la pandemia y su férrea oposición al gobierno del expresidente Martín Vizcarra y su sucesor, Francisco Sagasti (Partido Morado) -golpeados por el destape de la vacunación clandestina de altos funcionarios y su ineficiencia para afrontar la emergencia sanitaria-, han calado profundamente en un sector de la población cansado de la tibieza de la derecha fujimorista y el discurso progresista que no cala en los sectores más populares, preocupados por la canasta básica de alimentos y desinteresados por completo de la legalización de la marihuana o la subvención estatal de actrices feministas.

A diferencia de Hernando de Soto y Keiko Fujimori, sus contendores del mismo espectro, López Aliaga es el único que entiende -más o menos- que el pacto político en el Perú está caducado, que el contubernio liberal-socialista, que se remonta al gobierno de Ollanta Humala (2011-2016) -un exmilitar filochavista- y se ha sucedido con Kuczynski, Vizcarra y Sagasti, es el cáncer que mata al país y debe ser extirpado como única solución para desbaratar la enmarañada red de corrupción de burócratas, consultores, catedráticos, periodistas y oenegés que han saqueado al país y robado la esperanza y dignidad a millones de peruanos.

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