Mario R. Gutiérrez, Hugo Banzer, Víctor Paz y Luis Mayser (21 de agosto de 1971).
Mario R. Gutiérrez, Hugo Banzer, Víctor Paz y Luis Mayser (21 de agosto de 1971).

¿Cómo fue el golpe de Banzer? Aquí te lo contamos

Un día como hoy, 21 de agosto de 1971 en Bolivia, se consumó la sublevación cívico-militar que acabó con el régimen del Gral. Juan José Torres, poniendo fin a una potencial sovietización del país que planeaba ejecutarse mediante acción de los grupos comunistas que presionaban para lograr su cometido. Elementos marxistas como la Central Obrera Boliviana y el dirigente trotskista Juan Lechín Oquendo vieron así frustrados sus planes al realizarse este levantamiento dirigido por el Gral. Hugo Banzer Suárez. De no haber tenido lugar este levantamiento, Bolivia iba a sufrir uno de los gobiernos más asesinos de su historia, impulsados por el socialismo obediente a la Unión Soviética. Por este motivo, a continuación, reproducimos las páginas 118-126 del libro Banzer: el destino de un soldado, escrito por el historiador Alfonso Crespo y publicado en 1999. Las negritas son nuestras.

Fuente: Reacción Charquina

El Frente Popular Nacionalista

A principios de marzo de 1971, Banzer recibió en Buenos Aires la visita de Mario Gutiérrez, jefe de la Falange, del mayor Humberto Cayoja y otras personas, quienes le informaron que se tramaba una nueva subversión contra Torres e insistieron en que la encabezara. Conseguida la aceptación de Banzer, Gutiérrez dirigió una carta a Paz Estenssoro, que se hallaba en Lima, invitándolo a participar en el complot. Este instruye al partido en Bolivia: “Hay que acabar con la demagogia socializante del general Torres”. El doctor Mario Gutiérrez, jefe de la Falange habla abiertamente sobre la “necesidad de extirpar el cáncer del caos y la anarquía cuyo epicentro está en el propio Palacio de Gobierno”.

Se decidió que Banzer ingresara en forma subrepticia a Santa Cruz, vía Paraguay. En Asunción se formó un núcleo conspirador integrado por Mario Gutiérrez, Germán Vargas Martínez, Heberto Castedo, “Momoy” Gutiérrez, Guillermo Banzer y el mayor Humberto Cayoja.

El grupo salió de Asunción en una camioneta con la intención de cruzar el Chaco. Al cabo de unas horas de viaje y después de sobrepasar Nueva Asunción, tuvo que detenerse debido a un desperfecto. En esas circunstancias, un disparo fortuito de Heberto Castedo hirió al mayor Cayoja, quien hubo de ser transportado a Asunción en una avioneta facilitada por el presidente Stroessner. Por suerte, la herida de Cayoja no fue mortal y se reincorporó al grupo unas semanas más tarde, en Santa Cruz.

Luego de algunas peripecias, como el repelido asalto de un grupo de malhechores, los conspiradores llegaron al río Parapetí, ya en territorio boliviano. En Charagua, Banzer y Gutiérrez formaron el Frente Popular Nacionalista. Tras algunos días en Villa Montes, lograron ingresar subrepticiamente a la ciudad de Santa Cruz, donde situaron su cuartel general en la clandestinidad.

De mayo a agosto de 1971 destacaron varios emisarios a La Paz, Cochabamba, Sucre, Tarija y Trinidad, para conseguir el apoyo de las respectivas guarniciones militares. En Santa Cruz se obtuvo la adhesión del coronel Andrés Selich, comandante del regimiento Rangers.

Meses después circularían diferentes versiones sobre los tipos de ayuda que Banzer recibió para estos trajines. En un juicio de responsabilidades planteado en 1979 ante el Congreso, el diputado Marcelo Quiroga Santa Cruz afirmó que el Brasil había proporcionado armas, pero la versión fue desmentida por la embajada de este país en La Paz. Antes, en un programa titulado “Los alemanes en Bolivia”, difundido el 28 de febrero de 1972 por la televisión oficial alemana, Erwin Gasser declaró que conocía a Banzer desde muchos años atrás, “en especial desde que vino de la Argentina a Santa Cruz para organizar la revolución contra Torres. Todos los alemanes colaboraron haciendo lo que podían: recolectar dinero, comprar armas, esconder al coronel Banzer y a otros políticos destacados, para sustraerlos de la vigilancia policial”. En esa oportunidad, Guillermo Kyllmann dijo: “La colonia alemana ha ayudado a Banzer desde que el coronel actuaba en la clandestinidad. Lo hizo en forma moral y también en los hechos”.

Respecto a la ayuda que tres países extranjeros habrían brindado a la revolución de 1971, el general Banzer aclara: “No es evidente que yo hubiera mantenido contactos con el mayor Bethlem, ex agregado militar del Brasil en La Paz ni con ningún otro personero militar de dicho país. Tampoco recibí ayuda de militares argentinos, pese a que uno de ellos vino a inquirir acerca de mis trajines, en forma amistosa.

”Debo admitir que quien me ayudó indirectamente fue el presidente Stroessner del Paraguay. No debe olvidarse que nos movíamos en la región del Chaco y que era imposible que nuestras actividades y desplazamientos pasaran desapercibidos por el general. Hizo la vista gorda e incluso cuando el mayor Cayoja cayó herido accidentalmente, prestó un avión para que lo transportasen de urgencia al hospital desde Nueva Asunción.

Tampoco es cierto que hubiésemos recibido ayuda financiera de industriales alemanes avecinados en Santa Cruz, como el señor Gasser y otros. El único que nos prestó ayuda efectiva fue don Enrique Wille, propietario de una cervecería y amigo personal mío.”

En Santa Cruz se incorporaron al comité revolucionario que seguía en la clandestinidad, delegados del MNR, Ciro Humboldt y Raúl Lema Patiño.

Se decidió que el golpe se produciría primero en La Paz para eliminar cualquier suspicacia de que se tratara de un plan separatista cruceño. Se fijó el 16 de agosto como fecha, y el mayor Cayoja, ya recuperado de su herida, viajó a la capital altiplánica con tal propósito.

En la madrugada del día señalado, Cayoja se dirigió al cuartel del Bolívar acantonado en Viacha, pues se había convenido que éste sería el primero en insurreccionarse y actuaría como señal para el resto de las guarniciones comprometidas. Grande fue el estupor de Cayoja al llegar al cuartel y percibir que los oficiales se hallaban “en estado inconveniente”, eufemismo empleado por él mismo para significar que se hallaban embriagados e incoherentes. Habían bebido durante toda la noche anterior, sea “para darse ánimos”, sea con la intención subconsciente de evadir el trance. Al ver llegar a Cayoja, su reacción fue invitarlo “a tomar unos tragos”. Cayoja, que no salía de su asombro, rehusó y abandonó Viacha, posiblemente mascullando imprecaciones de grueso calibre. Ante ese contratiempo insólito y como La Paz no daba la señal convenida, el golpe tuvo que ser diferido hasta el 19 de agosto.

Se dice que una revolución que se posterga corre el riesgo de ser revolución delatada. Tal fue el caso. Uno de los principales miembros del comité revolucionario de Santa Cruz reveló a las autoridades de esa ciudad, previo pago de diez mil dólares, el estallido inminente y además, el sitio donde estaba Banzer.

Banzer y el coronel Juan Ayoroa se hallaban ocultos en casa de Dionisio Foianini. “Habíamos llegado ese mismo día, siempre con el propósito de desplazarnos continuamente. A tempranas horas de la mañana del 19, recibimos un telefonazo indicándonos que se estaban produciendo detenciones en la ciudad. Varios comprometidos habían sido apresados. Comenzábamos a vestirnos cuando sonó el timbre de la casa y nos encontrábamos rodeados, sin posibilidad de escape. En el patio me apresaron los agentes del gobierno y me introdujeron en un vehículo para trasladarme a Las Palmas, instalación de propiedad de YPFB. Luego un capitán Fernández me condujo a su domicilio, situado a unos doscientos metros del Colegio Militar de Aviación.”

Para su sorpresa, allí recibió Banzer la visita de Carlos Montaño Daza, secretario del ministro del Interior. (sic) “Sostuvimos un diálogo de dos horas a través del cual me di cuenta de los propósitos extremistas del gobierno, ya que el mencionado funcionario había ido a Santa Cruz para dirigir la captura de los revolucionarios. El me reveló las intenciones del gobierno de aniquilar, si fuera necesario, a las Fuerzas Armadas y formar un gobierno popular obrero en la República de Bolivia.”

Enseguida fue conducido en un pequeño avión del Ministerio del Interior a la ciudad de La Paz y detenido en un cuartel policial, situado en la calle Colombia, cerca de la plaza de San Pedro. Se le asignó una habitación provista de un catre, y sin ser sometido a ningún interrogatorio, quedó incomunicado. Columbró sin embargo, que la ciudad estaba en calma, pues no se oían disparos.

Su celda estaba en el regimiento policial de la calle Colombia, a unos metros de donde había sido asesinado y colgado el mayor Max Toledo en el año 1946. La orden era precisa. Una poblada debía atacar el regimiento, sacar a Banzer y matarlo como a Villarroel. Por fortuna, el subsecretario de Gobierno, Rueda Peña, ordenó que se cambiara a Banzer del lugar de detención y se lo condujera a un apartamento próximo al cuartel policial.

En la madrugada del 20, oriente y valle estaban en poder de los nacionalistas. Los mineros de Oruro se organizaron para reforzar la sede del gobierno. Pero el comandante del poderoso regimiento de Challapata, coronel David Padilla, amigo de Torres, también decidió pronunciarse por Banzer y marchar sobre Oruro.

La Revolución de agosto

Entre tanto las hostilidades se habían desencadenado en la ciudad de Santa Cruz. En un principio, desconcertados por el apresamiento de Banzer, los conspiradores que habían eludido la red policial, decidieron proseguir la rebelión encabezados por Mario Gutiérrez. El 19 de agosto, grupos de civiles armados se concentraron en el jardín botánico, mientras otros se encaminaban a Guabirá, donde estaba acantonado el regimiento Rangers. Lograron persuadir a su comandante, el coronel Andrés Selich, para que marchase a la cabeza de sus soldados hacia Santa Cruz. Durante la breve refriega con fuerzas de la policía y algunos civiles, Selich ocupó la plaza principal; mientras los demás revolucionarios capturaban la sede de la federación de fabriles y asediaban el local de la Universidad Gabriel René Moreno, donde grupos parapetados allí, en la prefectura y en las torres de la catedral, hacían fuego graneado.

Se registraron numerosas bajas de ambos lados, y los defensores del gobierno, en su mayoría estudiantes y obreros, fueron paulatinamente desplazados. Al abandonar el edificio de la prefectura, alguien disimuló una bomba de retardamiento que estalló contra los revolucionarios que ocupaban el edificio. Veinticuatro personas resultaron víctimas, entre muertos y heridos. Este atentado provocó la cólera de las mujeres cruceñas, que se lanzaron a combatir en las calles, Poco después, los defensores del gobierno se dieron a la fuga.

Al tener noticia de lo que ocurría en Santa Cruz y en otras ciudades como Riberalta, Camiri y Tarija, el gobierno lanzó un grito de alarma: “El gobierno revolucionario comunica que ha estallado un golpe fascista en Santa Cruz, encabezado por Mario Gutiérrez, jefe de la Falange Socialista Boliviana, y otros grupos minoritarios de la derecha del MNR. Se declara estado de emergencia nacional y se convoca a las organizaciones populares y revolucionarias a movilizarse en torno al gobierno revolucionario. El gobierno controla la situación del país”.

Era falso, pues las guarniciones militares en Cochabamba, Oruro y Sucre habían secundado a las de Santa Cruz y otras ciudades del oriente. ¿Qué actitud asumiría La Paz? La COB, siempre liderada por Lechín convocó a una manifestación pública frente al Palacio de Gobierno. En forma insólita, cuando el presidente Torres y Lechín aparecieron en el balcón, uno y otro fueron aplaudidos o rechiflados, según del sector del que provenían estas reacciones. Alí se pudo colegir que el gobierno sería vencido, pues en vez de formar un frente único, las izquierdas proseguían querellando entre sí, como lo habían hecho en la Asamblea del Pueblo.

Torres dispuso que dos regimientos marchasen hacia Oruro, en una operación que terminó con la defección de los mismos, frustrando a los trabajadores mineros de Siglo XX y Huanuni que se disponían a marchar hacia esa ciudad.

En La Paz, la rebelión estalló el 21 de agosto, y los regimientos Bolívar y Colorados se ligaron en duro combate contra trabajadores fabriles atrincherados en el cerro Laikakota. Aviones militares secundaron la maniobra bombardeando a los trabajadores que se dispersaron al cabo de unas horas. Ese día murieron veintisiete soldados del Bolívar y un número indeterminado de civiles leales al gobierno.

Al advertir que los tanques del regimiento Tarapacá descendían de El Alto hacia la ciudad y que la situación estaba perdida, el presidente Torres buscó asilo en la embajada del Perú. Desde ese momento, cesó toda la resistencia, salvo en el edificio de la Universidad de San Andrés desde el cual estudiantes y algunos trabajadores disparaban esporádicamente contra las fuerzas militares que los sitiaban. Según la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, allí perecieron cinco personas. Después de tres días cesó el enfrentamiento y los estudiantes abandonaron el edificio; al cabo de unos días fueron puestos en libertad.

Relata el general Banzer: “Aproximadamente a la medianoche del día 21, la revolución había triunfado en La Paz. A esa hora elementos de la policía me sacaron de la habitación en que aguardaba detenido. Ellos sugirieron la idea de trasladarme al Palacio de Gobierno en uno de los jeeps de la policía, hecho que se produjo todavía bajo el fuego de ambos lados que se escuchaba en todas partes. Logramos ingresar al Palacio, donde encontramos algunos miembros de las Fuerzas Armadas que estaban con la revolución, juntamente con elementos civiles. Allí nos pusimos a intercambiar ideas. El general Iriarte me propuso que los dos nos hiciéramos cargo de la presidencia. Yo le hice conocer mi criterio adverso a esa posición, aduciendo que un gobierno no podía tener dos cabezas. El día 22, fui invitado a asistir a una reunión de la guarnición en el cuartel general de Miraflores, donde estaban reunidos generales, jefes y oficiales en gran número”.

Los asistentes decidieron por unanimidad que el general Hugo Banzer asumiese la presidencia de la República. Que el trance era estrictamente militar lo revela el que en las deliberaciones no intervino ningún elemento civil, pese a que tanto el MNR, de Paz Estenssoro, como Falange, de Gutiérrez, estuvieron involucrados en el proceso conspirativo. Nadie pensó en ofrecer el mando a los líderes civiles, quienes acataron desde un principio, la preeminencia castrense.

Más tarde Paz Estenssoro explicó así su conducta: “El MNR participó en el golpe y luego en el gobierno de Banzer, porque había que levantar el veto militar impuesto contra mi partido desde el 4 de noviembre de 1964”.

Mario Gutiérrez se abstuvo de dar explicaciones. Desde su posición de derecha era lógico que Falange se empeñara en derribar a un presidente izquierdista como Torres. Además, siempre postergada o perdedora, Falange encontraba ahora una oportunidad de acceder al poder, así tuviera que compartirlo con el MNR, su adversario tradicional.

Por su parte, Banzer analizó así su propia conducta: “No olvidemos que el gobierno de Torres era de facto, es decir, inconstitucional. El poder legislativo estaba suplantado por la llamada Asamblea del Pueblo. El poder judicial estaba desconcertado porque se intentaba organizar tribunales populares de barrio. Por último, las Fuerzas Armadas no sabían qué rumbo tomar porque el Ejército de Liberación Nacional estaba en pie. Yo no llegué al gobierno por efecto de un cuartelazo, El movimiento que encabecé no fue contra la democracia, sino contra un estado de cosas que había escapado a todo control y que desembocaba en la más peligrosa anarquía. Esto hizo que mi gobierno, durante su primer período, tuviera una mayor presencia civil en el gabinete y un respaldo político popular que nada tenía que ver con los golpes y cuartelazos en Bolivia”.

Por una casual coincidencia los otros dos presidentes de origen chiquitano que ha tenido Bolivia, José Miguel Velasco, en los orígenes de la República y Germán Busch en el siglo XX, ambos “de facto” en sus etapas iniciales, asumieron el mando derrocando a regímenes de igual origen para posteriormente legitimar su status ciñéndose a los preceptos constitucionales.

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