Ni fascismo ni democracia, ¿entonces qué? Principios para una acción política católica

Muchos católicos fachos, confundidos por la incompatibilidad de su doctrina con las enseñanzas de la Iglesia, terminan haciéndose esta pregunta: ¿entonces qué hacer? Algunos de ellos son católicos que, decepcionados por la democracia, llegaron al fascismo y quedaron maravillados por su actitud aparentemente firme contra toda degeneración moral. Otros, son fascistas que, abandonando progresivamente la laicidad, el agnosticismo o ateísmo, se convencieron de que la religión católica es la única y verdadera y quedaron maravillados por la fe.

También tenemos al bando contrario: los católicos neocones. Algunos de ellos son católicos que, temerosos del totalitarismo en todas sus formas (comunismo, nazismo, etc.), vieron en la democracia liberal una buena manera de practicar la virtud y alcanzar la santidad, evitando ‘juzgar’ al enemigo gracias al ‘diálogo’. Otros, quizás son protestantes o ateos pro democracia que, convencidos por la verdad de las cosas, llegaron a la fe católica suponiendo que esta era la mejor manera de ser buenas personas y a la vez participar en la política.

Este artículo va para ambos bandos, y tiene el fin de dar algunas pautas para que empiecen a indagar por su cuenta y a formarse en acción política. Indignación, impotencia… muchos sentimientos encontrados nos causa ver los males que hay en el mundo, pero podemos manejarlo con los principios claros.

Pero antes, echemos un vistazo a los errores de ambas doctrinas políticas.

¿Por qué ni fascismo ni democracia’?

El fascismo es una reacción imperfecta contra el liberalismo y el comunismo. Muchas veces, obsesionado por combatir a los marxistas, termina abrazando principios liberales sin darse cuenta: nihilismo, voluntarismo, laicidad, indiferentismo religioso, abuso de la palabra ‘libertad’ en su discurso, etc. Cabe destacar que, al ser una reacción romántica (más sentimiento que razón), termina contradiciéndose en cosas muy evidentes, como decir que odia la masonería, pero exaltar a los ‘padres de la patria’: los carbonarios de la república masónica de Italia, los masones ‘próceres de la independencia’ hispanoamericanos, etc.

Por otro lado, la democracia como fundamento de gobierno es una lacra, porque idolatra la voluntad humana al punto de considerar que la verdad depende del voto de la mayoría. Entonces, la democracia está plagada de errores: iluminismo, inmanentismo, racionalismo, naturalismo, gnosticismo… en suma, es una forma de pensar antropocéntrica que desconoce la autoridad de Dios en el recto gobierno del mundo. Además, sabiendo cómo se instauró dicho sistema (guillotina, genocidio a campesinos, persecución religiosa…) no podemos tener el atrevimiento de adoptar su doctrina. Un buen católico sabe que el fin no justifica los medios.

Ahora, sin más preámbulos, comenzamos:

No hay recetas

La respuesta es muy difícil, porque no hay nada que podamos aplicar al pie de la letra. La misma Iglesia Católica nos enseña que, si bien existen dogmas y principios doctrinales inquebrantables, también hay multitud de casos ya que cada persona tiene circunstancias particulares.

No podemos instaurar una monarquía católica en un país como Estados Unidos mediante un golpe de Estado (valga la redundancia). Naturalmente, habría un rechazo general hacia esa forma de gobierno y este sería derrocado casi al instante. El apoyo popular es necesario para el respaldo de cualquier autoridad; no es lo más importante, pero es un factor que no se puede obviar.

La autoridad del gobernante viene de Dios, pero Él nos da libre albedrío para obedecerla o rechazarla. Si Él nos envía a un gran líder católico y lo asesinamos porque nos parece muy ‘fanático religioso’ o ‘medieval’, es nuestra culpa. De hecho, la Iglesia nos da licencia para implementar cualquier sistema político, con tal que no sea contrario a la ley de Dios. Y es aquí donde viene el siguiente punto…

No hay derecho al error

El liberalismo, comunismo, nazismo, fascismo… son errores condenados. ¿Qué es un error condenado? Es una forma de pensar equivocada que la Iglesia manda a despreciar y refutar; naturalmente, con argumentos razonables y entendibles. ¿Cómo sabemos qué errores condena la Iglesia? Generalmente se los señala en las cartas encíclicas.

Pero la Iglesia no solo condena ideologías políticas, sino también corrientes filosóficas: el naturalismo, positivismo, racionalismo, etc. Estas son las fuentes que nutrieron los hechos políticos más influyentes en nuestra historia, como la Revolución Francesa, las Guerras de Secesión hispanoamericanas, etc.

Para saber qué cosas condena la Iglesia en general, toca revisar el Syllabus de beato Pío IX, que tan sabiamente definió las doctrinas erróneas. Para saber a detalle por qué razón la Iglesia condena ciertas cosas, revisar las encíclicas correspondientes: liberalismo, comunismo, nazismo, fascismo, modernismo y masonería. Para revisar el documento que condena concretamente el evolucionismo, el materialismo, el idealismo, el existencialismo y la nueva teología, revisar Humani generis.

Pero sobre todo, es importante revisar la Doctrina Política de la Iglesia, que se contiene en encíclicas como Diuturnum illud, Immortale Dei, Quanta cura, y Aeterni Patris. Además, necesitamos ver por qué la Iglesia condena al feminismo y al aborto en las encíclicas Arcanum Divinae Sapientiae y Casti Connubii. Por último, pero no menos importante, es crucial tener noción de la Doctrina Social de la Iglesia, conociendo las encíclicas Rerum Novarum, Quod Apostolici Muneris, Quadragesimo Anno y Quemadmodum.

La Iglesia Católica no condena errores porque le da la gana, sino porque sabe perfectamente que la forma en que concebimos al mundo causa una serie de acciones y pensamientos que nos llevan a la condena del alma. ¿Y qué peor mal para el ser humano que tener su alma condenada? El infierno es eterno, la vida temporal es limitada. Y esto nos lleva al siguiente punto…

La salvación es primero

De nada sirve implementar un sistema político si en el camino perdemos el alma y hacemos que los demás la pierdan también. No importa qué buenas intenciones tenga yo, si para aliarme con otros grupos que piensan distinto tengo que cometer un pecado (robar, matar, cooperar con el mal, etc.), aunque sea venial, no es buena opción.

¿Podemos forjar alianzas con gente que está en el error (protestantes, paganos, etc.)? Por supuesto que sí, pero siempre y cuando se cumplan cuatro condiciones. La primera, que no cometamos pecado nosotros ni seamos causa de que cometan pecado ellos. La segunda, que encaminemos todos nuestros esfuerzos a restaurar el Reinado Social de Cristo, poniendo todas las instituciones a su servicio. La tercera, que no cooperemos en la fe, es decir, que no favorezcamos la propagación de su error ni legitimemos sus sectas (oraciones interreligiosas, etc.). Y la cuarta, que obremos según las circunstancias, con la prudencia que requiera cada caso, lo cual nos lleva al otro punto…

Los tiempos cambian

Es cierto que Dios no cambia y que en esencia la doctrina tampoco, pero sí hay circunstancias distintas que condicionan la manera de implementar una u otra idea. Por ejemplo, la Iglesia no condenaba la masonería antes del siglo XVIII porque sencillamente antes no existía la masonería, pero sí condenaba los errores que llevaron a ella y que existían antes de ella. De la misma manera, si bien nadie rezaba el rosario antes de la aparición de la Virgen a Santo Domingo de Guzmán, sí rezaba el predecesor del rosario, que es el salterio de David.

No podemos levantarnos en armas y esperar triunfar si somos 2 o 3 locos en el pueblo que conocen a fondo el problema. Es cierto que Dios está de nuestro lado, pero es fundamental que nuestro celo apostólico vaya de la mano con la prudencia; que el celo no nos corte las alas.

Nuestro Señor se sirve de nosotros para obrar, es decir, somos las causas segundas de las que dispone la causa primera de todas las cosas: a Dios rogando y con el mazo dando. Él nos va a juzgar por cómo obremos según nuestras posibilidades y los medios que tenemos a nuestro alcance: oraciones, sacramentos, libros, cursos, programas de edición para propaganda, etc. Naturalmente, tampoco hay que ser conformistas: mientras más deseos tengamos de batallarla, más nos va a asesorar Su Divina Majestad con los medios adecuados de los que no disponíamos antes.

No todo cambia

Seamos honestos: la Iglesia Católica está en crisis. Sí, sigue siendo la iglesia verdadera y siempre la va a ser, pero en los últimos 60 años hemos visto un espectáculo horroroso. Es nada más y nada menos que el Concilio Vaticano II. Es cierto que la crisis viene cocinándose desde antes de esa fecha, que ya había sacerdotes modernistas, pero el Concilio fue el gatillo que disparó la bala. Desde entonces, ya nada es igual, pareciera que la alta jerarquía del clero defiende el Aggiornamento, la sed de novedades.

No importa cuánto lo intenten los posconciliaristas o ‘hermenéuticos de la continuidad’, no hay forma coherente de argumentar que lo que vino después del Concilio continúa la tradición del magisterio eclesiástico. El posconcilio tiene muchos documentos oficiales muy ambiguos, muy ‘abiertos al mundo’, sin la aclaración suficiente para ‘interpretarlos correctamente’. Por eso es que hoy vemos a tantos católicos perdidos y confundidos, creyendo que la democracia es el camino correcto, que la Iglesia aprueba al liberalismo o que Jesús fue el primer comunista.

Modernismo, humanismo, personalismo, teología del cuerpo… son formas de pensar equivocadas que se infiltraron en la Iglesia. ¿Qué nos queda a los fieles? Para conocer la verdad de las cosas, debemos, pues, recurrir a los documentos preconciliares de la Iglesia Católica. Solo así podemos asegurarnos de que vamos por recto camino, sin malentendidos ni desviaciones. Eso no significa que todo el posconcilio sea inválido, sino que cuando conozcamos alguna enseñanza del posconcilio, debemos asegurarnos de que conocemos primero la tradición y así vamos a poder descartar del posconcilio cualquier indicio de novedad innecesaria. A pesar de todo, Francisco es nuestro papa.

Las monarquías no son malas

Dejemos el mito de que tener un rey es malo en sí mismo: no podemos pasarnos la vida cayendo en el círculo vicioso de la democracia. Las monarquías absolutistas, liberales o parlamentarias son opciones traicioneras y peligrosas, sí, pero ¿qué tal si vamos más allá e investigamos en el pasado lejano y no en el cercano?

No revisemos solamente lo que había antecitos de la Revolución Francesa: busquemos qué había antes de ese antecitos. No nos conformemos con conocer la administración de Fernando VII de España: busquemos también sobre Carlos I y Fernando I. No tiene nada de malo desear una monarquía católica. De lo contrario, no deberíamos decir «venga a nosotros tu reino», sino «venga a nosotros tu república democrática» en el Padrenuestro.

Si la historia monárquica es demasiada complejidad para su cabeza, no hay problema: usted puede indagar en la dinámica de los gremios y corporaciones, que fueron estudiados y parcialmente implementados en nuestra historia reciente. Así también, tenemos grupos rampantes de propaganda reaccionaria que defendían el orden natural de las cosas. Algunos de estos fueron Acción Francesa y Acción Española. Ya sea un Gilbert Keith Chesterton, un Maurice Barrès, un Ramiro de Maeztu, un António de Oliveira Salazar o un Engelbert Dollfuss, hay muchas fuentes de las que podemos nutrirnos.

La buena filosofía

La filosofía lo abarca todo: nuestra forma de actuar depende de nuestra forma de pensar. Nada como el pensamiento clásico aristotélico-tomista o realismo filosófico para guiarnos hacia el conocimiento correcto de las cosas. Como católicos, debemos evitar caer en el mito ateo de que lo nuestro es fanatismo y ‘creencias’: sí razonamos, sí poseemos ciencia (y mucha); por tanto, podemos conocer el ser de las cosas sin desviaciones y errores.

En concreto, evitemos toda doctrina que esté imbuida de Ockham, Kant, Descartes, Spinoza, Maquiavelo, Hobbes, Bodino, Rousseau, Hegel, Marx, Smith, Locke o incluso Maritain, que terminó en la nefasta ideología de la ‘democracia cristiana’. Naturalmente, en algún momento el conocimiento filosófico se encuentra con el teológico: aquí es menester descartar todo lo que huela a personalismo, fenomenología y teología del cuerpo.

Referentes seculares

Para finalizar, es de mucha ayuda complementar las enseñanzas de la Iglesia con análisis de personas que, haciendo uso de sus facultades intelectuales y militares, lograron grandes hazañas que nos sirven de referencia para emprender una auténtica acción política católica.

Referentes históricos son la guerra cristera, las guerras carlistas, la guerra de la Vendée, la guerra sanfedista, la contrarrevolución miguelista y contrarrevolución jacobita. Referentes intelectuales son el grueso de autores que escriben en la Fundación Speiro, la Fundación Elías de Tejada, la Fundación Santa Ana o el Centro Pieper.

¿Entonces qué?

Ahora que cuenta con las herramientas que necesita, no lo dude: llame ya. Llame a su voluntad con su intelecto y haga buen uso de sus facultades para contentar a Nuestro Señor. No caiga en el error, no haga sonreír al diablo. Tenga la seguridad de que si está del lado de Dios, está del lado de la verdad.

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