ELECCIONES, ELECCIONES PRESIDENCIALES, PORTADAS DE LOS DIARIOS AL DIA SIGUIENTE DE LAS ELECCIONES

Los voceros del establishment socioliberal peruano

Amparados por la libertad de expresión y sustentados por la publicidad estatal, los voceros del establishment socioliberal peruano campan a sus anchas sin rival que les pueda plantar cara. Incitan comportamientos subversivos, invisibilizan disidentes, arruinan reputaciones.

Sin duda, y haciendo eco de lo que ha ocurrido en otras latitudes, como en el Brasil de Jair Bolsonaro o los Estados Unidos de Donald Trump, la gran prensa -y también las redes sociales- ha jugado un rol fundamental en el petardeo constante y sonante para perjudicar las candidaturas, gobiernos y hasta opiniones de todo líder político que haya cometido el sacrilegio de declararle la guerra a la censura y el lavado de conciencias.

En el Perú, el 2020 quedará grabado como el año de la horrorosa pandemia del covid-19, el engaño, la muerte y la crisis política sin fin. También, como el año en que se evidenció la manipulación mediática más descarada que ha podido diseñarse y ponerse en marcha desde los oscuros días del autoritarismo fujimorista y su “Rasputín”, el asesor de inteligencia Vladimiro Montesinos, maestro del fraude y los psicosociales en periódicos y programas de televisión.

Con la vacancia por incapacidad moral del impresentable Martín Vizcarra, una horda de púberes y entusiastas con mucho hígado y poco seso salió a las calles, zurrándose en la emergencia sanitaria, vomitando sus frustraciones y repitiendo eslóganes que previamente habían escuchado de la boca de sus opinólogos favoritos y de los hashtags que vieron como tendencia en Twitter. Algún sociólogo malintencionado los bautizó como la “generación del bicentenario” y la gran prensa los premió con toda la atención que tanto habían estado mendigando en sus cortas y mediocres vidas.

Y con la muerte innecesaria de dos jóvenes desdichados, incluso los “elevaron a los altares”. Y en verdad los hubo: los llamaron huachafamente “altares cívicos”, levantados en honor a sus caídos, dos presuntos delincuentes juveniles. Muchos de estos “altares” serían asaltados por turbas contrarias a los “bicentenarios” una vez apaciguadas las manifestaciones más violentas que terminaron con la renuncia del acorralado Manuel Merino, presidente del Congreso y sucesor constitucional -pero no “favorito”- de Vizcarra.

Merino no era el favorito de los medios, prácticamente les había dado el ultimátum de cortarles la publicidad estatal, una jugosa porción que no pueden darse el lujo de perder o quebrarían de inmediato. Por eso lo llamaron usurpador, incluso asesino tras la muerte de los jóvenes mencionados un párrafo arriba, blancos de proyectiles de plomo en forma de canicas que hasta el momento no se aclara si fueron disparados por la policía o por otros agentes infiltrados. Con la izquierda buscando capitalizar el descontento, se maneja la sospecha de posibles alborotadores profesionales, incluso ligados a la dictadura bolivariana o la castrista.

Podríamos señalar a muchos de estos voceros que azuzaron a las muchedumbres lobotomizadas en noviembre de 2020, pero sin duda hay quienes destacan por su talento profesional y persuasión asegurada y están ubicados, prácticamente como piezas de ajedrez, en el tablero del juego, que es suyo y de nadie más: los inefables Augusto Álvarez Rodrich y Rosa María Palacios en sus tribunas de La República, el diario socioliberal peruano por excelencia, el portal Wayka -del que se desconoce su financiamiento y directores, pero es famoso por sus ataques a grupos conservadores-, Marco Sifuentes desde Madrid con “La Encerrona” -micronoticiero novedoso y de mucho éxito-, posiblemente el periodista digital peruano más importante e influyente, esté donde esté, y luego figuras de menor relevancia como Sigrid Bazán, una expresentadora de televisión (de izquierdas) muy guapa y ligada a La República por su relación sentimental con el hijo del dueño, y Víctor Caballero, alias “Curwen”, un youtuber de corazoncito progre que juega a ser el “Robin” de Sifuentes, algo que parece caerle a pelo al creador de “La Encerrona”, un nerd que colecciona figuras de Marvel y DC.

Pero que algunos de estos personajes parezcan hasta ridículos a primera vista, no quiere decir que deban ser subestimados. Son buenos en su trabajo, dan resultados e influyen en los públicos a los que se dirigen. Es cierto que las redes sociales no son reflejo del Perú real, pero si entendemos que muchas veces estos voceros del establishment se dirigen a jóvenes de Lima metropolitana, de clases medias -y si no, a quienes quieren sentirse como estos- con acceso a internet, pues su trabajo se cumple a carta cabal. ¿Cuántos días duró Merino en el poder? La capacidad de persuasión y convocatoria de los voceros sacó a miles a las calles en cuestión de horas, y no se detuvieron hasta que uno de los suyos, Francisco Sagasti, se hiciera de la banda presidencial. De paso, su aliada de la izquierda marxista se convirtió en titular del Legislativo.

Quizás, el único consuelo para quienes advertimos de este verdadero golpe contra el Perú de parte del contubernio socioliberal -que vio amenazada su hegemonía y se aferró al poder con uñas y dientes-, es que, cegados por su arrogancia, creyeron poder gobernar sin obstáculos y ahora atraviesan una crisis de reputación que hace mella en su credibilidad y capital político. Y es que no solo terminaron siendo pésimos gestores, sus ínfulas de “reserva moral” se cayeron al piso cuando las ministras de Salud y Relaciones Exteriores tuvieron que confesar que se habían vacunado irregularmente, cuando la prioridad son el personal médico y los adultos mayores.

El Partido Morado, con sus diputados Alberto de Belaunde, Gino Costa, Daniel Olivares y Francisco Sagasti, aprovecharon la crisis tras la caída de Vizcarra -su aliado- y aseguraron la conquista del poder a un año de elecciones generales, y hasta entonces podría decirse que tenían asegurado el camino a la presidencia para Julio Guzmán, su líder. Pero Guzmán es un pequeño hombre antipático y oportunista que parece no tener chance alguna de llegar a Palacio de Gobierno este 2021. Al contrario, el partido al que denunciaron como golpista y corrupto, Acción Popular, es el favorito de ganar la jefatura de Estado y tener la bancada más grande del Parlamento.

Coinciden estos hechos, y sus patéticos protagonistas, con los primeros olores de podredumbre de la república bananera del Perú, que muestra ya indicios de caducidad, aunque la fecha todavía es incierta. Nacida de una independencia prematura, ha parido una letanía de caudillos megalómanos y bufones -que parecen haberse actualizado en instagramers, tiktokers y videocolumnistas- en comparsa con una muchedumbre mezquina, y con los resultados que arrojan las encuestas electorales, hasta suicida.

Ahí que el conservador Rafael López Aliaga sea percibido como “la bestia” por los afiles, los ayayeros y parásitos que viven a costa del Estado, y les resulta una amenaza para sus rentas por ser el único candidato presidencial que entiende -más o menos- que el pacto político en el Perú está caducado y sobre todo podrido, que el contubernio socioliberal, que se remonta al filochavista Humala y se ha sucedido con Kuczynski, Vizcarra y Sagasti, es el cáncer que mata al país y debe ser extirpado para desbaratar de una vez por todas la enmarañada red de corrupción de burócratas, consultores, catedráticos, periodistas y oenegés; los voceros del establishment socioliberal que tanto daño le hacen al Perú.

Más artículos
El futuro de España, entre Italia e Iberoamérica